lunes, 10 de noviembre de 2014

La hija del Este – Clara Usón

“Estaba sucediendo en Europa. ¡La cuna de la civilización!, ese continente próspero y tan satisfecho de sí mismo, en el que el muro que separaba a las dos Alemanias había caído sin más estrépito que el de los ladrillos y los demás países del Este se habían librado del yugo comunista de forma incruenta (o casi). ¡Tuvieron que ser ellos de nuevo, los sanguinarios balcánicos! No les bastaban tres guerras en un siglo: acababan de firmar el armisticio de la cuarta y ya se lanzaban a la quinta, como en una desatinada competición por conseguir el lauro de zona más belicosa del universo. Los Balcanes producen más historia de la que pueden digerir, dijo una vez Winston Churchill, quitándose el puro de la boca, o sin quitárselo, farfullando entre dientes; los pueblos balcánicos son basura étnica, diagnosticó Karl Marx, quien nunca imaginó que esa raza deleznable escenificaría (a regañadientes) su sueño comunista; esta gente lleva quinientos años peleándose entre ellos, recordó el presidente Clinton (o puede que fuera Bush), la guerra allí es una tradición tan arraigada como el críquet en Gran Bretaña o el fútbol americano entre nosotros; el americano es un pueblo respetuoso de las libertades y tradiciones propias y ajenas, no vamos a prevenirles de sus costumbres, por primitivas que sean. Una intervención exterior no hará sino empeorar las cosas, convinieron franceses, alemanes, ingleses, rusos y norteamericanos; que se zurren lo que tengan que zurrarse y cuando todo haya terminado, ya pondremos orden, pero la televisión llevó la guerra a los hogares de los europeos y norteamericanos; entre un anuncio de coches y otro de papel higiénico, surgía de repente el rostro demacrado de un prisionero de Omarska, el cuerpo alámbrico, momificado, como un reproche en toda su desnudez cóncava (los alemanes al menos proporcionaban uniformes a los judíos y no se les veía tan flacos), sus ojos febriles parecían contemplar con avidez el bistec de ternera o la hamburguesa con queso que tenían ante sí los televidentes occidentales, daba la impresión de que en cualquier momento aquellos infelices arrancarían la alambrada que los retenía, harían añicos la pantalla de la televisión e invadirían en tropel el salón-comedor de los espectadores para zamparse su comida, beberse su vino, sentarse en sus sillones…”

Valoración Personal: 7 sobre 10
Libros leídos de la autora: (1)