“Tales
pensamientos discurrieron por la mente ingenua y egoísta del Gordon
adolescente. Y concluyó que solo había dos formas de vivir: siendo rico o
rechazando deliberadamente la riqueza; teniendo dinero o despreciándolo. Lo
terrible es adorar el dinero y carecer de él. Dio por sentado que jamás sería
capaz de enriquecerse. Ni siquiera se le pasó por la cabeza la idea de que tal
vez poseía talentos de los que poder sacar provecho. Eso le habían enseñado sus
maestros: le inculcaron que no era más que un insignificante y molesto
alborotador, y que muy probablemente no alcanzaría ningún éxito en la vida. Y
él lo aceptó. Muy bien, entonces renunciaría a toda conquista económica y
convertiría el desprecio de cualquier logro en su más firme propósito
existencial. Prefería ser un rey en el infierno que un esclavo en el cielo;
para eso, mejor servir en el infierno que en el cielo. A sus dieciséis años ya
había tomado partido: lucharía contra el dios dinero y toda su cohorte de
acólitos despreciables. Había declarado la guerra al dinero, aunque en secreto,
naturalmente.”
Que no
muera la aspidistra
George
Orwell