domingo, 27 de enero de 2013

Dios a destiempo


Sangre, sudor y lágrimas. Hay que verter mucha tinta roja, transpiraciones corporales varias y llanto desolado por la tierra amada de las letras para encontrar entre la literatura contemporánea alguna lectura que sea digna de figurar entre las grandes obras maestras de la literatura. Pero a veces sucede, y esta diabólica novela que ha engendrado Pollock bien podría pasearse impunemente por la posteridad sin preocuparse demasiado en consultar ese reloj de arena intemporal que utilizaremos después para medir el tiempo, largo en el mejor de los casos, en que volverá a aparecer en las estanterías modernas de nuestras librerías alguna obra de este calado. Si es usted poseedor de una de esas jodidas almas sensibles que acaramelan el tedio de cualquier existencia, lárguese de aquí, hágase el favor, hágase pues su voluntad, y continúe rebuscando en todo ese insustancial contenedor de basura de lecturas impulsadas hasta los primeros puestos de las listas de los más vendidos del actual vertedero editorial por ese público sometido al rebaño de las modas; porque corre seriamente el peligro de ‘perderse’ de por vida ante semejante despliegue de desgarradora y humana perversidad.

Donald Ray Pollock nació en Ohio en 1954, como desunido de otros lugares más habitables y hacia el sur de ese estado concreto encontramos el condado de Knockemstiff (título, por cierto, de una serie de relatos cortos ensalzados por el beneplácito siempre acogedor del favor de crítica y público que supuso la puesta de largo del autor en 2008, a la nada temprana, aunque admirable, edad de 54 años); un terruño desolado donde cristo perdió la gorra y el diablo pasó a recogerla, un espacio que conoce al dedillo, y donde vuelve a localizar y desarrollarse la acción de esta novela; un pedacito de infierno en la tierra que les aseguro que no olvidarán jamás. A los 17 años dejó la obligación y el sopor de las aulas para conocer la tiranía del trabajo duro y mal remunerado, encalleciéndose las manos y el alma, primero en una planta cárnica y después en una fábrica de papel. Tras su exitoso debut, perdió el miedo y mandó a tomar por el culo al asalariado despertador que lo arrancaba de su catre cada mañana para fichar en el implacable reloj de marcaje de la factoría de turno para acabar graduándose, ya en 2009, en la universidad y preparar en dos años el lanzamiento de esta, su primera novela larga. Doble o nada.

Con una galería de personajes extremos en su condición de mortales, sin expectativas claras de evolución en un futuro que se nos antoja de supervivencia, que les obliga a improvisar el mañana que a su vez vendrá a expensas de lo que a todas horas de hoy acontezca, y sin olvidar en ningún momento la memoria de un pasado que les condiciona sobremanera desde el mismo momento en que nacen en esas poblaciones donde el censo bien podría contener un solo apellido entre sus habitantes y donde todos son un poco primos entre ellos, un poco hermanos de la misma mierda, paridos por la misma madre ‘gótica y sureña’ que les dio a luz entre tinieblas; la novela transcurre a lo largo de veinte años desde mediados de los años 40 con el recuerdo de la guerras norteamericanas marcado a fuego en el veterano lomo de algunos de sus personajes principales (Willard Russell, que es el encargado de abrir el fuego protagonista en un soberbio primer acto de situación, cediendo luego el relevo a mitad de lectura a su hijo Arvin) hasta mitad de los 60 cuando empiezan a surgir desde algún arcano recodo de la rebeldía juvenil norteamericana esos primeros hippies que abandonan sus nidos familiares, pateando con rabia para romper los cascarones y salir de los huevos del sistema y regalándole después una flor, para lanzarse a las carreteras en busca del firmamento posterior de Woodstock. Lúcida reflexión sobre el poder que ejercía entonces la religión cristiana en esos yermos parajes repletos de paletos (mención especial para los dos predicadores: Preston Teagardin, el oficial de la escuela papal, y Roy, un charlatán de circo convencido de su gracia divina); el estilo narrativo de Pollock, fluido y sumamente adictivo, nos conduce a lo largo de siete partes, subdivididas en cincuenta y cinco capítulos sin concesiones, donde resulta imposible sustraerse del interés que cualquiera de esas vidas ejerce sobre el lector: el matrimonio de Carl y Sandy Henderson componen una road movie terrorífica, mientras el sheriff Lee Bodecker (hermano de Sandy y cuñado de Carl) lleva el género hacia la intriga de las mejores novelas negras de la época. Difícil de clasificar en un género concreto: toneladas de cigarrillos, whisky a raudales, sexo adulto que haría enrojecer de vergüenza a la misma malasombra del tal Grey (afortunadamente Pollock nunca será un jodido best seller), música de Elvis sonando en las cochambrosas radios de tugurios inmundos que no traspasarían ustedes de otra manera que no sea a través de la lectura de esta novela… ya que cada personaje, todos ellos gentuza de segunda división regional, tira con una fuerza inusitada hacia la punta de la pluma de Pollock con la intención de conseguir el protagonismo que supone la supervivencia entre las líneas de las que dispone cada uno, solo la pericia del autor haciendo que todas esas existencias se crucen en sus trayectorias, se crucifiquen en sus intersecciones, confluyan en una misma obsesión teñida de ocre por el óxido de los clavos de la Santa Cruz que todo lo une, a los estados y a quiénes los habitan, es capaz de crear una excelente salida a la desbocada huída hacia ninguna parte de esta jauría humana.

Todo eso, y sólo eso, permite que Dios ponga a cada uno en su sitio (cuando cierras la contraportada del libro y reflexionas sobre ello, nunca antes de hora) y sea después, y sólo después, cuando la estela divina del creador de dolor ya deja de percibirse en el horizonte, llegue el Diablo, a la hora que le apetezca, y vuelva a descolocarlo todo, a ellos (los personajes) y a nosotros (los lectores) dejándonos desorientados y en busca de un lugar, otro lugar, otra lectura, puede que llamado Tristeza, puede que Redención.
Será esta una novela de culto, no tengo ninguna duda al respecto, de este siglo XXI, el nuestro.-