martes, 2 de marzo de 2021

J de Justicia

 


Divina estás, programada para el fraude.


Justicia es la dama de los ojos vendados que, lamentablemente, y en reiteradas ocasiones, acaba vendiéndose al mejor postor. En una mano, la derecha, lleva una balanza con las pesas en perfecto equilibrio. En la otra, la izquierda, sostiene una espada para rebanarle la cabeza a quien ose ser más equitativo e imparcial que ella.

Platón insinuaba que todos los gobernantes que manejaran nuestras principales instituciones deberían ser filósofos. Otros listillos de la época acabaron tirándole los platos a la cabeza. Aristóteles apostó por la proporcionalidad de deberes de cada ciudadano con respecto a su estatus en sociedad, pero el gargajo no acabó de cuajar. Tomás de Aquino se llenó la boca con los desechos de los Derechos Humanos y que Dios pillara confesado a todo bicho viviente antes de emitir su veredicto. Todos ellos, y muchos más, escribieron millones de páginas sobre leyes que nadie leyó jamás en profundidad, aunque muchos quisieron interpretarlas entre líneas diagonales.

Justicia designa en la figura de los jueces, mayoritariamente hombres, a los elementos encargados de arbitrar sus designios. Los uniformiza con unos atuendos llamados togas que vienen a ser una especie de trajes negros hechos a medida, con un escudo rimbombante al estilo de la escuela mágica Hogwarts de Harry Potter, rematados con mangas ribeteadas por puñetas, unas orlas de ganchillo blanco de esas que confeccionaban las abuelas como tapetes encubridores para la mesa baja del vermú dominical. La casposa verdad orquestada por la tuna judicial, todo muy kitsch.

Justicia esconde sus ojos tras una venda —filtraciones de luz mediática permanente a gusto de los que manejan los hilos del Sistema— por aquello de hacernos creer que todos somos iguales ante la ley, actualmente también es posible que lleve oculto tras la oreja un pinganillo por donde puedan chivarle quién, de entre las partes pujantes, deposita más cobre plateado en los platillos de su balanza. Hecha la ley, hacha del Hampa, que diría aquel.

Pero a veces existen casos y cosas que escapan al influjo todopoderoso de las leyes escritas por los hombres, es entonces, y solo entonces, cuando la vieja dama endiosada, ebria de imparcialidad, debe arrodillarse, como el más común de los mortales, ante los caprichosos giros del imprevisible destino universal.

Cuando todos creemos estar en posesión de una única razón, Justicia se vuelve Divina y nos otorga su irrevocable bendición, a la mayor gloria de todo lo ecuánime, justo y neutral.

 

Texto publicado en La Charca Literaria - AQUÍ