domingo, 24 de enero de 2021

Pólvora de paridad

 

Coloco en el suelo su última fotografía impresa, esa que publicaron los diarios, sesudos y estrafalarios, donde luce el vestido violeta que sólo se puso aquella vez, la noche en que me abandonó. Recuerdo el frufrú de la seda cuando caminaba bajo la tenue lluvia de madrugada. Rezaba mentalmente para que no apareciese un taxi perdido y quebrase aquella magia noctámbula y templada de un septiembre que prometía ser presagio de plenitud. Rememoro aquella gala en que finalmente supieron premiar su oscuro talento y los focos coloreados pigmentaron el brillo de su porvenir: “Ha nacido una nueva estrella de las letras”, ladraron a destiempo los plúmbeos miembros del jurado. Hace un lustro de todo aquello, y ella acaba de alumbrar su tercera novela. Justo ahora acabo de devorar su legajo, nuestra tercera criatura, todas ellas con título de posteridad.

En una suerte de ruleta rusa, triplicando las posibilidades de acierto, introduzco tres balas en la recámara del revólver, pólvora de paridad, e invoco a la diosa fortuna haciendo girar el tambor de mi inmunda existencia con redoble prolongado. Levanto la mano izquierda, le robo un haz de luz al maltrecho flexo del escritorio -el mismo donde todavía hoy corrijo, invento otrora intento realzar sus escritos- e ilumino aquella instantánea, que yace radiante sobre la alfombra. Apunto hacia mi sien derecha sin cerrar los ojos, presiono el gatillo… y el clic del percutor tan sólo alcanza a congelar una lágrima. Un pensamiento intrascendente me arranca media sonrisa: tampoco esta vez el estruendo sonoro de la detonación despertará al gordo asqueroso que habita el apartamento de arriba.

Enciendo un cigarrillo y me sirvo un whisky doble. Pienso que es muy probable que su próxima creación tenga, por fin, visos de inmortalidad. Nuestra cuarta obra compartida invocará un cuarto proyectil con fecha de inminente caducidad, pronto seremos estruendo de la mañana.