“En la calle se levantó un aire frío. La gente que pasaba se
abrochó las chaquetas, se agarró de las solapas mientras seguía caminando
desconcertada, dando la impresión de que de repente se habían quedado sin saber
adónde ir. Empezaron a tiritar los árboles y sus hojas arrancaban a volar
saltando desde sus ramas unas tras otras, y las que se amontonaban en la acera
eran alzadas por ráfagas intermitentes. Las señales de tráfico tableteaban con
su ruido de chapa. Y en una de aquellas ventoleras el día se oscureció del
todo. La tarde se había hecho añicos antes de acabarse, y el cielo negro se
instaló para dar paso a la noche, y así quedaría decretada de manera
irrevocable la llegada de aquel invierno.”