sábado, 20 de abril de 2019

Los príncipes valientes – Javier Pérez Andújar



“Mi padre va a llegar a nuestra casa cuando ya la noche se ha hecho irrevocablemente noche, y los cristales del balcón han vuelto a empañarse del aliento de la periferia. Mi padre entra en el comedor, abrigado en la cazadora violeta de espuma y de velcro que le ha hecho mi madre, y sin quitársela, todavía sin haber dado las buenas noches, se sienta junto a ella en el tresillo, y le dice muy bajo que han cogido al primo de ella pasando la Junquera. Trae un paquete de papel de estraza lleno de octavillas obreras, y lo abre sobre el tapete de ganchillo de la mesa y hace paquetitos clandestinos con las octavillas, y va distribuyendo las hojas en montones, como sus compañeros están distribuidos en células, y al terminar de ordenarlas las guarda en una bolsa de deporte, que cierra con cremallera. Las octavillas viajan a la fábrica en un autobús de gente adormilada que atraviesa los campos de Barcelona y que atraviesa también los primeros flecos del amanecer.”