viernes, 26 de abril de 2019

Catalanes todos – Javier Pérez Andújar



“Desde que el 4 de noviembre de 1974 entró en funcionamiento el servicio del puente aéreo, Santiago lo había utilizado en doce ocasiones. Una por mes. A lo largo de todo ese año constató cómo la gente de Madrid se estaba poniendo cada vez más rebelde con el Régimen (solucionada el hambre ya nadie quería hacer régimen), y cómo Barcelona se insubordinaba contra el franquismo de otra manera más profunda: emprendiendo la búsqueda de su propio camino. Salvatierra veía que los catalanes empezaban a marcar con señales propias todo lo que hasta ahora habían compartido con el resto de España. Incorporaban la bandera catalana a símbolos que antes no tenían ninguna. Añadían la palabra catalán a siglas que habían llevado hasta entonces el término español o carentes de gentilicio. Gentilicio le pareció a Santiago una palabra rebuscada, pero también le hizo gracia porque en aquellos días era la voz de moda. Bueno, había hecho trampa, la voz de moda era gente. Había programas de televisión que se llamaban Gente joven, himnos pop titulados Viva la gente… Los comunistas aún no se daban cuenta, pero su partida ya estaba perdida: el pueblo era reemplazado por la gente. También los demócratas, esa mezcla meliflua de comunismo y masonería, veían retroceder su palabra fetiche: ciudadano. Era el mogollón, ni siquiera la masa, sino la gente lo que se imponía. Un sindiós. A pesar de que en Madrid le repetían hasta la saciedad que la búsqueda del propio destino en lo universal por parte de Cataluña iba a resultar una ruta estéril, a Santiago Salvatierra le parecía que no sólo tenía mucho futuro sino más aún: que el futuro iba a ser ese. No es lo mismo tener futuro que ser el futuro.”