miércoles, 6 de febrero de 2019

Paseos con mi madre – Javier Pérez Andújar



“Se puede ser escritor de Barcelona de muchas maneras. Con la nariz de boxeador que nunca ha hecho tongo, como Marsé, con su novelística compleja porque enfrenta todo el rato una verdad privada a la verdad del mundo. Con el bigote blanco de Eduardo Mendoza, de escritor viajado y que le da esa elegancia del hombre de mundo que no se mancha de geografía cuando sale a ver las cosas; de escritor que va de un lado a otro porque ha descubierto que la distancia es la más alta forma de amabilidad. Con el periódico y el carnet del partido doblados bajo la máquina de escribir, como Manuel Vázquez Montalbán. Con la cazadora vaquera de Carlos Zanón, con la que escribe su novelas duras, de callejón espectral, de una Barcelona extracomunitaria y de mejillones hervidos en las presentaciones de la librería Negra y Criminal. Con la elegancia de sastrería decente, con la elegancia rabiosamente viva, nocturnamente viva en una eterna noche americana, que es la de Francisco Casavella. Será su Barcelona americana, la de las malas calles, la de los gitanos rumberos de la calle de la Cera y del parking de la calle Aurora en el barrio chino, la de las noches watusis, la de los especuladores municipales, esa será la única en que crea, la que voy a ir buscando cada vez que cruce el río. Llevaré entonces el Triunfo de Casavella metido en el bolsillo de una trenca muy buena, que salió de un camión que nunca llegará al Corte Inglés. Me la regalará mi familia en mi veinticinco cumpleaños (habían cogido entonces la manía de comprar esas cosas en los pisos de La Mina).”