“Me desperté de
golpe, salía de un sueño muy pesado. Había tomado ansiolíticos para dormir. En
su día llegué a tomarlos en cantidades alarmantes, y los mezclaba con alcohol.
Fue en el año 2006 la primera vez que me dio por mezclarlos de una manera
agresiva con el alcohol. Hubo una crisis matrimonial de por medio, porque yo
tenía una amante. No era una amante cualquiera, era especial, o así lo viví yo
entonces; tal vez fue algo que solo me ocurrió a mí, pues en el amor no basta
con la confesión de parte, habría que encuestar a la otra persona. Las ganas de
vivir siempre son confusas: comienzan con un estallido de alegría y acaban en
un espectáculo de vulgaridad. Somos vulgares, y quién no reconozca su vulgaridad
es aún más vulgar. El reconocimiento de la vulgaridad es el primer gesto de
emancipación hacia lo extraordinario. Todas mis crisis matrimoniales, desde
entonces, combinaron el alcohol y los ansiolíticos. Cuando los efectos del
alcohol te abandonan, entras en estado de pánico; entonces te tomas una buena
ración de ansiolíticos.
En el fondo, el único
gran enemigo del capitalismo, son las drogas.”