sábado, 10 de noviembre de 2018

Todo lo que se llevó el diablo – Javier Pérez Andújar


     “Una de las dos fondas de aquel pueblo estaba en la plaza del ayuntamiento. En su habitación, Velasco Flaínez se miraba en el espejo y elucubraba con las posibilidades que tenía su bozo de convertirse pronto en un bigote. Acarició aquella pelusa con los dedos y la dejó repartida sobre la boca como los frenazos de un neumático. Por la ventana entraron las voces de un arriero que llamaba hija de perra a su mula. Se sonrió el chico y se quitó la camisa, se afeitó con mucha pausa la pelusa, y se lavó los brazos, el pecho, el cuello y la cara con el agua de la jofaina. Se puso una camisa de lino limpia que traía en el zurrón. Extendió el cuello de la camisa por encima de las solapas de la chaqueta y volvió a contemplarse seriamente en el espejo. Cuidadosamente, se peinó y estiró su mechón negro hacia atrás para dejar la frente despejada. Los peldaños de madera crujían a casa paso que daba, y así pareció que bajaba la escalera quebrando huesos. Tenía la fonda un despacho de vino y unas mesas para comer. En la pared del mostrador, la República mostraba un pecho al aire en una lámina. El chico se sirvió dos dedos de tinto, alzó el vaso a la salud del retrato, se lo bebió de un trago, y salió a la calle con las manos cogidas a la espalda. Andando muy despacio se esfumó entre las casas y callejuelas del pueblo.”