“De pronto el tiempo
hace tonterías, se empeña en correr o en detenerse. Hubo una época en la que yo
tenía una confianza ciega en el reloj. Las horas transcurrían a su debido
tiempo, más veloces en mi casa, más lentamente cuando me encontraba en el
colegio, pero era un caer de arena incesante, que me hacía crecer y se medía
con las dos agujillas.
El tiempo comenzó
a defraudarme cuando los minutos de bienvenidas y besos con mis primos se
hicieron eternos, cuando el lento mirar de reojo de Irlanda pareció
inmovilizarse en el aire, o cuando mis manos, que nunca habían sido torpes, no
encontraron las de Roberto. Sospeché entonces que el tiempo, como las agujas
del reloj, camina en círculos, y que el mío tendría que girar una y otra vez,
como una historia que siempre se repite, en torno a aquella casa y a sus campos
verdeantes.”