sábado, 24 de diciembre de 2016

La ley del menor – Ian McEwan


“Aquella mañana, al despertar con el lado izquierdo de la cama frío –una forma de amputación- sintió el primer dolor convencional del abandono. Pensó en el mejor Jack y lo echó de menos, la dureza huesuda y vellosa de sus espinillas, hacia la cual, medio dormida, dejaba que se deslizara la blanda parte inferior del pie a la primera agresión del despertador, cuando rodaba hacia los brazos extendidos de Jack y esperaba dormitando debajo del edredón caliente, con la cara hacia su pecho, hasta que sonaba el segundo aviso del reloj. Aquella capitulación desnuda e infantil, antes de levantarse para ponerse una armadura de adulto, le pareció esta mañana la primera cosa fundamental de la que había sido desterrada. De pie en el cuarto de baño, cuando se despojó del pijama, su cuerpo tenía un aspecto ridículo en el espejo de cuerpo entero. Milagrosamente hundido en algunas partes, abotargado en otras. El trasero pesado. Un fardo irrisorio. De ahí para arriba, frágil. ¿Cómo no iba a abandonarla alguien?”