martes, 22 de marzo de 2016

Pioleitmotiv

     “El aire tenía una densidad que acariciaba la piel, y el mar, refulgente, apenas producía un murmullo adormecedor. Allí se podía sentir cómo el mundo, en días y momentos mágicos, nos ofrece la engañosa impresión de ser un lugar afable, hecho a la medida de los sueños y los más extraños anhelos humanos. La memoria, imbuida por aquella atmósfera reposada, conseguía extraviarse y que se olvidaran los rencores y las penas.
     Sentado en la arena, con la espalda apoyada en el tronco de una casuarina, encendí un cigarro y cerré los ojos. Faltaba una hora para que cayera el sol, pero, cómo ya iba siendo habitual en mi vida, yo no tenía prisas ni expectativas. Más bien casi no tenía nada: y casi sin el casi. Lo único que me interesaba en ese momento era disfrutar del regalo de la llegada del crepúsculo, el instante fabuloso en que el sol se acerca al mar plateado del golfo y le dibuja una estela de fuego sobre la superficie. En el mes de marzo, con la playa prácticamente desierta, la promesa de aquella visión me provocaba cierto sosiego, un estado de cercanía al equilibrio que me reconfortaba y todavía me permitía pensar en la existencia palpable de una pequeña felicidad, hecha a la medida de mis también disminuidas ambiciones.”


El hombre que amaba a los perros
Leonardo Padura