lunes, 28 de marzo de 2016

Le mal de mer

“Debido a ello su cara está como lavada, sosegada, dilatada, es algo de lo que su madre está convencida, de que en el rostro de la gente, y en especial de los niños, se percibe quién ha visto el mar y quién no lo ha visto: aquellos que han tenido que albergar la extensión del mar en sus ojos (que choca contra el fondo del cráneo y en cierto modo los deja vacíos) y aquellos a quienes sólo les ha sido dado soñar con él, a partir de imágenes o de palabras, los que, confundiendo el mar con el infinito, han tratado de añadir cada vez un poco más a la imagen, diciéndose que todavía más allá, más lejos, sin fin, el mar continúa, cuando no se trata en absoluto de eso, pues el mar, comparado con las galaxias, resulta minúsculo. Pasa la mano por la cara de la pequeña, redonda, imprecisa, que el impacto del mar ha vuelto más imprecisa todavía: una dispersión de las mejillas, de la mirada, una fluctuación impresa bajo la piel; una infancia suelta, distendida, marítima. Habría que detenerse ahí, en ese momento preciso, que durase tanto como requiere tamaña amplitud. Siente rodar bajos sus dedos los granos de arena que raspan a escala microscópica la superficie de ese rostro; hasta que la pequeña se sacude, guiña los ojos, acaso para recuperar ese primer momento del mar, o para librarse de arena y sin duda, con impaciencia, de la mano.”


Respirando bajo el agua
Marie Darrieussecq