“Cuando se quedó embarazada
dejó de leerme. Yo le enseñaba escenas del guión en cuestión, pero no le
interesaban. Aquel invierno, en su quinto mes, escribí un cuento y ella derramó
el café encima, un acontecimiento totalmente insólito, y lo leyó con atención
bostezante. Antes del embarazo se habría llevado el manuscrito a la cama y
habría pasado horas podándolo, corrigiéndolo y poniendo notas al margen.
El niño se interpuso entre nosotros, como una piedra. Yo estaba preocupado y me preguntaba si alguna vez volvería la normalidad de antes. Añoraba los viejos tiempos en que podía entrar en su dormitorio y tocar algo íntimo suyo, un pañuelo, un vestido, una cinta blanca; el solo contacto con estas prendas me mareaba, me hacía croar como una rana toro por los favores de mi amada. La silla en que se sentaba delante del tocador, el espejo que reflejaba su fascinante rostro, la almohada en que apoyaba la cabeza, el par de medias arrojadas sobre la ropa sucia, la desarmante zorrería de sus bragas de seda, sus camisones, su jabón, sus toallas, todavía calientes y húmedas después del baño; necesitaba aquellas cosas, eran parte de mi vida con ella, y las manchas de carmín carecían de importancia, porque procedían de los cálidos labios de mi mujer.
Las cosas habían cambiado. Sus vestidos se habían deformado y habían abierto un boquete en la parte delantera por la que asomaba el bulto, sus combinaciones eran sacos informes, sus zapatillas eran literalmente para pasear por arrozales, y sus blusas parecían tiendas de campaña."
El niño se interpuso entre nosotros, como una piedra. Yo estaba preocupado y me preguntaba si alguna vez volvería la normalidad de antes. Añoraba los viejos tiempos en que podía entrar en su dormitorio y tocar algo íntimo suyo, un pañuelo, un vestido, una cinta blanca; el solo contacto con estas prendas me mareaba, me hacía croar como una rana toro por los favores de mi amada. La silla en que se sentaba delante del tocador, el espejo que reflejaba su fascinante rostro, la almohada en que apoyaba la cabeza, el par de medias arrojadas sobre la ropa sucia, la desarmante zorrería de sus bragas de seda, sus camisones, su jabón, sus toallas, todavía calientes y húmedas después del baño; necesitaba aquellas cosas, eran parte de mi vida con ella, y las manchas de carmín carecían de importancia, porque procedían de los cálidos labios de mi mujer.
Las cosas habían cambiado. Sus vestidos se habían deformado y habían abierto un boquete en la parte delantera por la que asomaba el bulto, sus combinaciones eran sacos informes, sus zapatillas eran literalmente para pasear por arrozales, y sus blusas parecían tiendas de campaña."
Llenos de vida
John Fante
“Estaba harto de jugar al
billar y al póquer y de decir sandeces delante de una cerveza, de irme por ahí,
a la soledad de los huertos, con un grupo de tíos y tías, de dar zarpazos
torpes a faldas y bragas, de dar zarpazos en vano. Las mujeres eran atractivas
pero difíciles y a los diecinueve años se lesionan fácilmente los sentimientos;
uno pensaba que las mujeres eran dulces y complacientes, pero ve que reaccionan
como gatas rabiosas; se busca consuelo en las putas, que engañan menos, y con
un poco de suerte, se aprende a leer.
El cabrón de mi viejo volvía a
casa apestando a vino y gritaba apaga la luz, vete a la cama, que coño te has
creído, porque los libros eran una droga, mi adicción era alarmante y yo ya no
parecía su hijo. Busca trabajo, decía, haz algo útil en la vida. Tenía razón.
Sin duda la tenía. Todos opinaban como él. Incluso el personal de los billares
notó el cambio. Ya no podíamos hablar como antes.
Busqué trabajo. Recogí
almendras. Fui a la vendimia. Trabajé en los campos de lúpulo. Llegaron las
lluvias, los campos se inundaron, fue imposible trabajar, gracias a Dios, y
volví a la cocina, a seguir leyendo libros. Pensaban que estaba enfermo, tenía
los ojos enrojecidos, la mirada perdida, mi madre me tocaba la frente: ¿Estás
bien, Henry? Creo que tienes gripe.”
La hermandad de la uva
John Fante
Mimini
Comentario: John Fante (1909 Denver, Colorado-1983 Los
Ángeles, California), hijo de emigrantes italianos de procedencia muy humilde, llegó
a trabajar como guionista en Hollywood pero sobre todo dedicó gran parte de su
puta vida a la literatura, aunque solo alcanzó el pleno reconocimiento de
crítica y público después de su muerte. El entusiasmo de un gran admirador suyo
como el mismísimo Charles Bukowski fue decisivo para su redescubrimiento;
asimismo, y al igual que éste, el grueso de su obra se valoró más en Europa que
en su propio país.
Desde “Llenos de
vida” (1952) hasta “La hermandad de la uva” (1977), que acabo de leer,
transcurrieron veinticinco años de madurez creativa, un cuarto de siglo en el
que Fante se hizo MAYÚSCULO autor. Descúbranlo si aún no han tenido ocasión de
hacerlo, les aseguro que no se arrepentirán… por mi parte quedo a la espera de
conocerlo mejor a través de su tetralógico álter ego: Arturo Bandini.-