sábado, 27 de junio de 2015

¿Te molaría dedicarte a escribir?

"Y, finalmente, como si se tratase de un fascículo de regalo, he decidido incluir en Mil violines mi ensayo de título autoexplicativo: “Manual de literatura para punks”. Se titula “Manual de literatura” porque realmente es un manual de instrucciones para empezar a escribir novelas, y se define “para punks” porque busca derribar unas cuantas preconcepciones habituales que se tienen sobre la literatura, especialmente la que propugna que solo unos cuantos seres semidivinos y sobrealimentados con educaciones en colegios privados y amistades en círculos influyentes pueden dedicarse a ella.
Eso (que conste) no es lo mismo que decir que todo el mundo puede hacerlo; la literatura es como cualquier otro tipo de artesanía: reclama una cierta inclinación, un determinado talante y una enorme disciplina. No todo el mundo puede ser escritor, y por muy atractiva que resulte la idea, ni cien mil talleres literarios pueden moldear a uno cuando este carece de la imaginación, el dominio del lenguaje o la voluntad necesaria para serlo. 
Por otra parte, mucha gente que sí tiene todos estos atributos y perfectamente podría lanzarse a perpetrar historias escritas no lo hace, engañada por el condicionamiento de la academia y la idea del escritor como “genio” superhumano. Es a este tipo de gente a quien está especialmente dedicado el manual.





Manual de literatura para punks
(o Cómo publicar tres novelas sin haber estudiado)

Lo que van a leer a continuación, conviene dejarlo claro desde el principio, es una clase práctica. Este es el apartado de Métodos de Estudio y Técnicas del Trabajo; las prácticas en coche solo que sin pagar y sin coche. Me dispongo a enumerar y esclarecer unos cuántos puntos sobre el arte de fabricar narrativa y publicarla luego. Y voy a hacerlo, no con la condescendencia del “experto”, no con la altivez del maestro, sino con la cara de pasmo del simplón del pueblo que ha descubierto un atajo al río que nadie utilizaba. El viejo camino del trial & error y el batacazo rompenapias me han enseñado un par de cosas sobre este oficio que querría mostrarle al mundo. Pero que nadie crea que hago esto para evitarle al futuro escritor sus particulares morrones. Nadie puede hacer eso por él; afortunadamente, el costalazo es parte esencial de su aprendizaje, el ¡ZAP! tras el cual ya no meterá los dedos en el enchufe nunca más. Se aprende así; a trompadas.
No, el único propósito de este modesto manual es empujar a los escritores de pie tierno para que, tras darse de morros contra el fango (literariamente hablando), se levanten como machos y lo vuelvan a intentar, desoyendo los gritos de los que les dijeron que no era por allí, que iban por la ruta equivocada, que no lo intentaran, que les habían avisado, que mejor tener en cuenta esto y aquello antes de empezar. Que patatín y patatán.
El manual que están a punto de leer podría resumirse en dos puntos vitales: valor y disciplina. Y, créanme, es así, aunque parezca una frase sacada del escudo de armas de Eton. Pero hay mucho más de lo que quiero hablar. Los que siguen son mis veinte consejos para publicar novelas en editoriales reconocidas sin bajarse los pantalones éticos, sin tener que ir a clases de literatura comparada a morirse de aburrimiento rodeado de arties sin espina dorsal, sin haber memorizada la estructura de todos los relatos de Borges ni haberse apuntado a uno de esos deprimentes talleres de escritores (y que les obliguen a ponerse en pie para que los demás perdedores les digan qué fallos le ven ellos a la narrativa de ustedes).
Esto es mi particular Manual de Hágalo-Usted-Mismo para la construcción de ficciones encuadernables, que quisiera compartir con todos los lectores de Mil violines.

1) No teman hablar de ustedes mismos.

“No existe nada más, seamos lúcidos por una vez, que lo que me pasa a mí” Lo dijo Beckett, lamentándose haber pasado tanto tiempo creando inútilmente personajes de ficción cuando se tenía a sí mismo ahí al lado. Lo puso en banderas y bayonetas el enfadadísimo B.S.Johnson. John Fante no hizo otra cosa en toda su vida (Y Hamsun, y Bukowski, y Limonov…). Los beats se dedicaron a ello con empeño unidireccional (dejando a su paso el ocasional petardo, qué le vamos a hacer), igual que los angry young men (si leen Looking back, la biografía de John Osborne, verán que todas sus obras sin excepción, especialmente Look back in anger, tratan de él, su madre, su suegra y sus amigotes). Y, sin embargo, la teoría académica de la Cultura Seria les insistirá en la necesidad de crear ficción pura (un concepto que no existe, pues todoestá basado en algo: en sucesos, momentos, frases de otros), ninguneando los esfuerzos que realizan para plasmar con honestidad sus vivencias. Ni caso: hablen de ustedes. Hablen de sus amigos. Incrusten sus anécdotas adolescentes. Cámbienles el nombre a sus conocidos y encájenlos en el texto (con modificaciones ver punto 2). Derritan su vida y aplíquenla con brochazos gordos por encima de todo lo que escriben; si lo hacen bien, nada será más interesante ni les dará más placer. Al fin y al cabo, es el terreno que conocen a fondo de veras. ¿Para que ambientar novelas en la República de Saló, la Revolución francesa o Brooklyn? ¿Eh? ¿Qué tiene de malo su barrio, pueblo o bar? Nada, se lo digo yo. Nada.
Para conseguir esto, ya lo verán, tendrán que desoír el clamor (ver punto 3) que les recriminará que están haciendo literatura ombliguista, que solo lo hacen por vanidad, que a quién le puede interesar leer sobre ustedes. Les pasará en narrativa y –por supuesto- les pasará en cualquier disciplina, especialmente en periodismo. Pero ustedes saben, como sé yo, que la única manera de hacer crítica-narrativa sincera, humana y con alma e intestinos y –perdonen- pelotas, es mediante el contexto y con una sólida primera persona viva y real detrás. Lo demás es cirugía, disección de ranas, escribanos timoratos escudados tras el “juicio” y el “análisis” que carecen del valor para desnudarse en público y escupir todo el dolor y la exultación que acompaña al estar vivo. Si tratan de crear literatura cobardemente, con escalpelo y normas y frialdad analítica, escondidos tras la barrera taurina de las normas académicas, les saldrá literatura cobarde. Su crítica y su narrativa estarán hechas con plantilla, resiguiendo los contornos que les marcaron otros, como un mapa plástico de EGB para siluetear. No hay más. Así que hablen ustedes, por el amor de Dios. Yo jamás he hecho otra cosa.

2) ¡Imaginación! ¡Separación!

Dicho lo dicho en el punto 1, cuando se lancen a escribir verán bien rapidito que esto de la ficción se llama así por algo: y es que se trata con historias que pueden ser ficticias. O sea: pueden inventar. No es una obligación, pero (acerquen el oído) es muchísimo más entretenido si lo hacen. Plasmar la realidad tal cual, ya se darán cuenta, es harto menos atrayente, incluso si se da el caso de que sus vivencias sean tan atolondradas y excitantes como las de un bucanero elizabetiano o un funambulista de la Revolución francesa.
Inventando, ya lo verán, las posibilidades son infinitas. Mi truco para conseguir un perfecto equilibrio de ficción autobiográfica es colocar situaciones reales en medio de tramas que no lo son (es decir, que no sucedieron jamás), situaciones en las que –además- los personajes principales no son retratos fieles de personas de carne y hueso. Es decir, que se trata de personajes inventados, o alternativamente una mezcla de varios humanos reales, con la consiguiente dilución de su realidad única y su transformación en un personaje nuevo.
El anclaje, el encadenarse a una historia fidedigna, es una carga muy pesada para un escritor; un deber que hace asemejar su tarea a la del historiador o el científico. Los escritores no estamos aquí para eso, sino para explicar cuentos, historias, leyendas; cuánto más excitantes y explosivas y pegajosas y-más-grandes-que-la-vida, mejor. Así que sepárense, corcho. Aléjense de ese texto a una distancia prudencial, desde donde puedan verlo con completa objetividad. Si están demasiado cerca, si el protagonista es un muñeco de fango que han basado exclusivamente en ustedes, si el resto de los personajes están modelados en gente que les rodea, verán como múltiples puertas narrativas se cierran ante sus ojos.
Y es que uno sabe que ha creado bien a un personaje cuando, enfrentado este a una disyuntiva (tras haber perfilado su carácter y personalidad en páginas previas), solo puede actuar de un modo. Ese es el momento celestial y heroico en que han creado a alguien que no existía, y encima lo han hecho de forma creíble: ese alguien, ya casi de carne y hueso, actúa acorde con un modus operandi que han tramado ustedes a base de palabras e imaginación. Por el contrario, si su personaje X está basado facción por facción e idea a idea en un equivalente terráqueo, toparán con su resistencia a actuar de la manera que ustedes pretendían dictar: no podrán llevarle a aquella disyuntiva, puesto que ya no habrán podido inventar las acciones y reacciones que harían creíble su situación y decisión final, pues estaban demasiado obcecados en reproducir fielmente su vida.
Den un paso atrás e inventen, pues. El mundo es suyo y la bóveda cósmica el límite. Una imaginación fértil ya es una buena parte de todo lo que necesitan para ser escritores. Sin imaginación no hay ficción, y ya pueden desoír todos los consejos que vienen.

3) Observación (y memoria).

Menos este; este no lo desoigan. Junto a la imaginación, la capacidad de observación es uno de los factores en los que incide de forma más o menos irritante una cierta inclinación de nacimiento. Haber sido un niño imaginativo y observador son dos talantes que van a ayudarle horrores años después, cuando decidan dedicarse a esto. Y es que eso es algo que si no viene de serie, malo. Es difícil autoenseñarse a mirar, a ver, a registrar, cuando no se tiene la tendencia natural para ello. Pero imaginemos que es posible enseñarlo. Entonces, lo que tienen que forzarse a hacer es mirar todo el rato, a todo el mundo. Esto les reportará divorcios, peleas y quizá alguna denuncia por fisgar donde no debían; pero que novelas, madre. Un auténtico escritor debe salir de un bar habiendo, inconscientemente, registrado una gran parte de las cosas que estaban desarrollándose en él: que parejas discutían, cómo iban vestidos en aquella mesa de al fondo, quién es el matón del bar, quién el camello, que tics de habla y acentos se utilizaban cerca de él, etcétera. O sea, algo así como lo que hace Jason Bourne en las películas, pero para luego aplicarla a escribir narrativa en lugar de salvar el pellejo. Un buen escritor escucha todo el rato, todo el rato está al tanto: de voces, caras, comportamientos, dramas, acciones, gestos y ritos. Esto va a arruinar su vida social y todos sus matrimonios, pero –créanme- es la mejor herramienta para este condenado trabajo que hemos (o no) escogido.
Y, no haría falta decirlo: acuérdense de lo que registran. Cinco minutos o veinte años después, da igual: nunca olviden nada. Excepto si lo olvidan para contarlo mejor (más heroico, más trágico o más ridículo de lo que en realidad fue). Por supuesto, si no estaban registrando a los siete años, será imposible forzar el recuerdo meticuloso ahora; por eso les decía lo del talante natural y la inclinación desde la infancia.
Y otra cosa: si ven que van a olvidar, apunten; no les de vergüenza. Echen un vistazo a ese punto 18 ahora mismo, si me hacen el favor.

4) Conténganse.

No están construyendo un blog de esos que llevan trolls deprimidos en pijama para saldar cuentas con sus enemigos entre visita y visita a las páginas porno de internet. La restricción, la continencia, son dos de los grandes amarres de la narrativa más exultante. No se trata de vomitar lo primero que se les pasa por la cabeza, como un internauta atolondrado. Relean lo que han escrito una y mil veces. Aten cada una de sus frases al suelo, y cepíllenlas hasta que brillen bien, resistiendo la tentación de soltarlas al mundo para que naden entre los grandes. Mírenlas con dureza de padre catequista: todo lo que sea pirotecnia semántica (ese momento sobreexcitado y autoindulgente de “¡Qué bien escribo!” que todo narrador debería evitar como la lepra), abalorios verbales, decorado de cartón piedra, escritura cosmética, debe ir al río. Sin dilación. No teman nunca desechar lo inútil, pues lo inútil es exactamente eso. No teman podar con tijeras bien gordas y afiladas, y no miren atrás a lo que han lanzado a la basura. Lo más probable es que no valiese la pena conservarlo.

5) Sean comprensibles en todo momento.

Esto es lo que diferencia a los autores que escriben para la gente y los que escriben para otros escritores, profesores de literatura o críticos del Babelia. Esto es lo que pone a la gente que escribe narrativa a uno de los lados de la zanja: aquí los pomposos, allí los que no lo son, tomen asiento. Pregúntense continuamente para quién están escribiendo, y por qué motivo escriben: si la respuesta es que escriben para el Pueblo (es decir, escriben para gente con trabajos, vidas comunes y males cotidianos) y lo hacen para compartir emociones, entonces déjense de cripticismos y posmoderneces y metaliteratura y barroquismo. Escriban claro, que esto que acaban de hacer es un galimatías; no se entiende ni jota, hombre. Claro no está reñido con poético, como algunos memos creen, ni con inteligente. Escribir con claridad implica tan solo que sus ideas serán comprendidas. ¿No es eso lo que debería desear todo el mundo? Desde aquí parece algo que cae por su propio peso, señores míos.

6) Sean breves. Y vayan al grano.

Utilicen el método Buzzcocks: si algo puede decirse en dos frases, no usen tres. B.S.Johnson decía que toda literatura debía ser “corta, brutalista y divertida”. Como en el punto 4, poden y poden y vuelvan a podar. No sobreadjetiven. No den rodeos. Vayan al grano, y al tanto con esas descripciones o regodeos explicativos de filias personales (“Creo que voy a incrustar aquí un ensayo sobre por qué me gusta tanto La tentación vive arriba”); si no están al servicio de un propósito mayor –relacionado con la trama, por supuesto- deberán prescindir de ellos. Hay gente leyendo con ganas de avanzar, y ustedes les han hecho parar en un túnel mugriento para mostrarles lo bien que –como un prestidigitador de globitos- anudan ustedes los verbos y sujetos. Denle a las cosas un principio y un final, y aprendan a decidir cuando este último ha llegado. No se revuelquen en su propia prosa. No den volteretitas de perro amaestrado; cucas si lo son, pero ocupan espacio. Digan lo que tienen que decir y luego: aire y a volar. La vida es demasiado corta para libros de setecientas páginas.

7) Sean divertidos.

El sentido del humor nos separa de las cucarachas y las rémoras y algunos escritores argentinos. Hacer reír parece fácil, pero no lo es. Cuando lo hayan conseguido, sin embargo, estarán empezando a dominar este oficio, se lo juro. Y un detalle muy importante: ser escatológico es perfectamente aceptable y, lo que es mejor, funciona. Y –esto es un secreto profesional que voy a confesarles así, a bocajarro y gratis- algunas palabras son más divertidas que otras. Como lo oyen. Hay una razón por la cual la palabra funeral suena a funeral y la palabra boñiga suena a boñiga.

8) La trama es necesaria.

De la misma forma en que el arte abstracto no ha superado al figurativo, y el último sigue siendo una forma más que válida de expresarse pictóricamente, la literatura posmoderna (relatos inconexos unidos por un vago aroma de intermundialidad; narrativa blog; pedazos de pensamiento filopop hilvanados sin contexto, flotando en el éter) no ha dejado obsoleta la novela con trama en la que suceden cosas siguiendo un orden. Con un principio y final, nudo y desenlace, diálogos y descripciones (no se pasen con estas, insisto, o parecerá una novela decimonónica), con sus acciones, crímenes, faltas, venganzas, desamores y pasiones de siempre. Sucede lo mismo que con la música pop: las combinaciones de factores y herramientas que pueden usar para crear algo que no se haya hecho antes son infinitas: ninguna novela es igual a otra, ninguna canción se parece del todo. Aún queda mucho espacio para crear y muchas cosas por hacer. Ha funcionado desde hace siglos, y sigue chutando hoy.
Y déjenme despejar una duda que suele ser polémica: cuando alguien que no utiliza el menor asomo de trama (y por tanto la obra acabada resulta ser un parcheado de ideíllas mal cohesionadas con título en inglés) les diga que está “experimentando con un nuevo formato de novela”, lo que quiere decir es: “No sé hacer novelas. No tengo ni pajolera idea de cómo ordenar una trama atrayente y legible”. Quizá sea incluso un grito de auxilio (“¡Que alguien me enseñe!”); o sea que no se lo tomen a la tremenda y extiendan esa mano amiga.

9) Escriban como hablan.

¡Ni se les ocurra escribir exactamente como hablan! No quería decir eso; déjenme continuar. Se sobreentiende que deben dejar fuera los tics, las incorrecciones de léxico y las repeticiones (excepto en diálogos, por supuesto), pero se trata de no ponerse sobrecultescos y evitar la pomposidad como si fuese la fiebre amarilla. Si hablan denostando más que el capitán Haddock, pónganlo en sus escritos; sean honestos e insulten y juren y menten a la virgen como guardias civiles extremeños. Si controlan elslang, espolvoréenlo también por encima. El resultado valdrá la pena, se lo aseguro. O al menos no se parecerá a ninguno de esos escritores barceloneses que da la impresión de que hablan en moldavo, y que creen que están elevando la prosa colocando reificación en cada párrafo. Como siempre ha dicho Kurt Vonnegut: Say what you mean.

10) No tengan miedo a ser confrontacionales.

El arte/pop/cine/literatura más intenso y bello y puro suele antagonizar. Tatúense esto en la frente, peguen un Post-it en la taza del váter, envíense mails a ustedes mismos como señores chiflados: si deciden crear y mostrar lo que han creado, alguna gente lo odiará. Es la vida y el trabajo que hemos escogido, no me lloren. Si deciden dar el paso de poner en palabras sus pensamientos más recónditos y sus verdades más poderosas, luego no se quejen. A John Osborne –un referente vital para todo aquel que trate de ser creativo mediante el uso de las palabras- le persiguió por la calle una muchedumbre enfurecida en más de una ocasión, tras visionar algunas de sus obras de teatro. Los escritores que se quejan continuamente de que su obra no es comprendida, que los críticos les despedazan, que el público les da la espalda, son unas institutrices victorianas sin una gota de sangre en las aortas. Me recuerdan a esos cantautores que tocan en bares –sin que nadie les haya llevada a punta de pistola hasta allí- y luego se lamentan de que la gente arma ruido y habla, y piden silencio a shhhhts como señoranas cursis en el Liceu. ¿Qué se esperaban pandilla de blandengues? Esto es rock’n’roll, no Roland Garros. Si no quieren enfrentarse a un público hablador-gritador, cambien de oficio.
Lo mismo vale para futuros escritores. Cientos de cretinos (un auténtico ejército de ellos) van a odiar todo lo que hagan, y algunos incluso intentaran partirles los morros por ello. Les llamarán de todo, y nada será bonito. Van a recriminarles cualquier cosa y desde cualquier lado, así que no intenten pacificarles; los capones van a caer de forma irremisible y nadie podrá pararlos. Si no están dispuestos a pasar por esa guerra estético-cultural, si no están dispuestos a sacar pecho a lo Mazinger Z y hacerle a laintelligentsia, a la crítica más envarada, al lector más cultureta un fenomenal corte de mangas, no empiecen, se lo ruego; lo único que terminarán haciendo es literatura acomodaticia, timorata y llena-de-ganas-de-gustar-a-todo-el-mundo. Es decir, harán mierda pura.

11) No escuchen a nadie.

Bajo ningún concepto. La creación más intensa funciona mejor en un estado de total aislamiento. Encerrados a cal y canto en su torreta psicocultural, fíense de sus referentes, de sus intenciones, de sus héroes (esto nunca falla), y mantengan en todo momento una absoluta creencia en lo magnífico de su trabajo. Esa autoseguridad medio enajenada es la mayor garantía que tienen de producir ficción sincera, esquelética y REAL, no sujeta a las opiniones de los críticos, fans o bobos variados, desprovista de manierismos novedosos o posmodernez con pretensiones. Tengan en cuenta que toda crítica narrativa está basada a fin de cuentas en una cuestión de gusto personal; la crítica objetiva no existe, ni existirá jamás. Al fin y al cabo, ¿quién decide lo que es de buen o mal gusto, sino el zeitgeist de cada siglo? ¿Quién decide lo que es malo o bueno? ¿No despreció el mainstream a todos los aventureros culturales que estuvieron aquí antes que ustedes? Recuerden las gloriosas palabras de Basil Bunting: “There is absolutely no excuse for literary criticism”. Háganme caso: no consulten blogs, no acepten críticas de squares abatidos, no paseen por foros: sean verdaderos náufragos de su propio mundo narrativo, haciendo lo que les sale del sombrero sin pedir permiso a nadie. Recuerden que todo está permitido. Recuerden que las mejores novelas se escribieron pasando del mundo y de su madre. Cuando –sordos y ciegos como murciélagos respecto al resto del planeta- hayan terminado, habrá llegado el momento de pasar al punto siguiente. Pero hasta entonces –es decir, hasta dentro de unos cuántos párrafos- cierren la puerta y quien quiera entrar que enseñe la patita.

12) Mantengan siempre cerca a un círculo crítico.

Parece una contradicción que choca de bruces con el punto 11, pero no lo es. De hecho, el uno y el otro se complementan graciosamente. Por un lado, deben hacer oídos sordos al mundo, las revistas, los expertos y los literatos; con ellos, tapones de perejil en las orejas. Por otro lado, cerca de ustedes debe haber siempre un grupúsculo de gente escogida por su brutal sinceridad, con discernimiento para la narrativa y gustos literarios similares a los suyos. Esta será la gente que leerá sus manuscritos mucho antes que la editorial, y que les informará sin tapujos de que allí les dio un ataque de pretenciosidad, y que aquel fragmento es demasiado largo, que ese es aburrido y que el final no se entiende un pijo. Aunque parezca un cliché, cuatro ojos ven más que dos. Tráguense el orgullo herido cuando les escuchen (aprender a hacerlo es otra de las señales de que se están convirtiendo en narradores de verdad), piensen en lo que les han dicho, separen aquello con lo que están de acuerdo de lo que no, y efectúen las correcciones pertinentes. Además de la utilidad patente de esto, el proceso tiene un uso secundario: ninguna crítica decapitadora de su trabajo les pillará con los pantalones bajados. Cuando Florencio Mandúnguez les espete que el capitulo 3 es muy lo-que-sea, ustedes ya habrán pasado por allí, habrán reflexionado sobre ello y habrán decidido meses atrás que sí lo es, y qué pasa contigo, tío. Esa prevención es otro remache para su coraza narrativa.

13) No se desanimen jamás.

Al igual que venían hacer con el antagonismo en el punto 10, han de ser extremadamente conscientes de que van a devolverles originales de editoriales. Y no uno ni dos, sino decenas de ellos. Suelten el yunque al río, y saquen la cabeza del horno; no pasa nada. Que les devuelvan una novela de un salivazo no significa que sea mala. No significa que se hayan apresurado a mandarla. No significa siquiera que requiera pulido o reescritura. Qué caramba; la mayoría de las veces, el rechazo de una obra no significa nada. Les contaré como funciona el proceso selectivo de una editorial, para que se calmen un poco. Un primer lector separa la basura inmunda de lo leíble, así, a ojo de buen cubero y leyendo en diagonal. Si pasan este peaje, dos pájaros más realizan nuevas lecturas en mayor profundidad. Y si uno de ambos es magnánimo y tiene un buen día, esa lectura positiva les dejará caer en el regazo del editor como tal. ¿No ven, ahora mismo y ante sus ojos, la absurdidad de su desespero? Su original quizá fue devuelto porque la primera lectora era medio miope y confundió sus avanzados juegos tipográficos con errores. O porque alguno de los dos alcornoques posteriores se empeñó en comparar su novela punk con las hermanas Brontë, o le había dejado la novia (y alguien debía pagar por ello), o tenía que completar su cupo de multas-lecturas negativas del mes, o le tenían ojeriza o envidia cochina (de conocerles) porque ellos eran escritores frustrados, o qué se yo. O usted y el editor, de haber llegada hasta él, tenían gustos distintos. Puede ser cualquier cosa, así que: sigan mandando obras estoicamente. Y si quieren aceptar otro consejo: no se fíen nunca de los tres lectores iniciales y háganle llegar la novela directamente al editor, por cualquier medio a su alcance, aunque sea descolgándose del techo a lo Misión imposible. Sé lo que me digo.

14) No teman copiar.

Francisco Casavella dijo en una entrevista que solo los pijos se fijan en lo que copian y en lo que no. Los que no lo somos, copiamos sin mirar atrás. No les soltaré el rollo que ya conocen sobre que la originalidad es un invento burgués para justificar el genio y, por consiguiente, las desigualdades de clase. Lo he repetido demasiadas veces en el pasado y, francamente, me estoy empezando a cansar del sonsonete. Pero es cierto que la originalidad o –como comentábamos en un punto anterior- la ficción pura no existen. Todo viene de algún sitio: sean recuerdos o lecturas, lo más probable es que hayan entrado en su cabeza desde algún sitio. Agarren de donde les plazca (esa estructura, aquella frase, una comparación concreta que vieron de pasada y aún recuerdan) y añádanlo a la obra; indudablemente, puesto que sale de su cabeza y se mezclará con otros pedazos de ustedes, el resultado será inimitablemente suyo. No tengan miedo a parecerse a sus héroes literarios; piensen que ellos también tuvieron los suyos. Copien, recorten, agarren y rehúsen; pero no se pasen, so bestias. Lo dicho no implica fusilar artículos enteros de otros y hacerlos pasar por propios para embolsarse unas cuantas monedas de plata; solo los vampiros de la cultura establecida hacen cosas así y, francamente, es una asquerosidad.

15) Utilícenlo todo.

Otramente llamado el Efecto Urraca. Sean consecuentes con su background (ver múltiples puntos anteriores), y utilicen cualquier elemento ajeno a la literatura que les plazca. Cómics, música pop o macramé, da lo mismo. Estamos en el año 2009, y ya no hace falta que todos escribamos como Flaubert. Grahan Greene aceptó la aparición del cine, y su Brighton Rock está claramente influenciado por ese lenguaje. No es una vergüenza, sino todo lo contrario. Si la narrativa que desean construir se parece más a un episodio de El hombre de acero que a Proust, ¿quién es el gallito que se va a atrever a decirles que están equivocados? Jack Kirby, Wes Anderson o Smokey Robinson pueden influenciarles igual que los autores de sus libros favoritos. Sir Kurt Vonnegut utilizó la ciencia como cimiento de sus novelas, ustedes pueden hacer lo mismo con el motocross o la papiroflexia. Échenle coraje ahí.

16) Diviértanse.

Aunque a ratos les cause dolores de cabeza, esto debería proporcionarles un gran placer. Si no es así, y hacer narrativa es su valle de lágrimas, algo pasa. Una de dos: o están creando una gran obra de exorcización de dolores sin nombre y agravios terribles, y su redención va a producirse mediante la creación literaria, o quizá no deberían dedicarse a esto. Eh, puede suceder, no me miren así; conozco la naturaleza de las obsesiones. Por mucho que hayan estado obcecados con que querían ser escritores desde BUP, quizá la terrible verdad es que – se lo digo susurrando y suavemente para amortiguar el shock- esto no es lo suyo. Quizá, como le sucede al protagonista de Balas sobre Broodway, su talento yace en otra parte –la marquetería, quizá, la pintura, incluso el fornicio- y se están obstinando en hacer algo para lo que no tienen la menor inclinación. Ha pasado antes. Cursos y cursos de narrativa, cientos de libros leídos, decenas de manuales subrayados y al final el resultado no servía para hacer papel maché. Pues, al igual que no basta que les guste la música para ser periodistas musicales (hace falta ser un gran entendido del tema, perdonen ustedes), no basta que sean grandes lectores para fabricar novelas. Hace falta algo más; ustedes sabrán que corcho es. ¿Alma? ¿Pasión? ¿Morro?

17) Disciplina.

Se lo pongo también entre signos de admiración: ¡disciplina! Y lo grito aquí, para todos ustedes. Cuando empiecen una novela, eso debe ser lo más importante del mundo, y a ello deben dedicarse en cuerpo y alma. Si tienen que parar en algún lado, paren; Mercè Rodoreda paró cuatrocientas mil veces para La mort i la primavera, que le llevó una vida entera escribir, pero cuando la creaba hacía de ella su prioridad total. Esto no son clases de repaso extraescolares; a no ser que sean seres especialmente avanzados de otras galaxias, no van a excretar un libro hermoso dedicándole media hora cada domingo después de comer. Si van tomando y dejando su obra por antojos o porque es más importante tomar unas cervezas, les saldrá un churro; luego no se quejen. La narrativa requiera concentración y dedicación total. Apaguen teléfonos, avisen a sus familiares de que no llamen en las horas que están trabajando, arranquen el cable de ADSL y traten de no masturbarse demasiado. Dejo la opción de encerrarse en casas de campo durante unos meses para escribir a la elección de cada uno; personalmente les digo que cuando yo lo he intentado, al cabo de dos días estaba en un escenario digno de El resplandor, a punto de matar a mis vecinos y tirarme por el balcón. Y, lo que es peor, sin haber escrito una miserable frase que valiese la pena.

18) Apúntenlo todo.

Apunten y fuego. Siempre un bloc en el bolsillo o la mochila, siempre una servilleta de papel a punto, siempre un manchurrón en la mano con una palabra que les gustaba. Se lo digo ya, porque es una jodiendo y cuanto antes lo sepan, mejor: las más grandes ideas, las frases más chulas, las conversaciones más inspiradoras, van a ocurrírseles fuera de su despacho. Así es. En mi caso es en bares, y no llevo mi ordenador a bares. (¿Por quién me toman, por un erasmus?) Por lo tanto, no dejen que esa eventualidad les pille desprevenidos, y lleven siempre a mano un bloc donde apuntar esas frases e ideas geniales que luego la memoria o la resaca se ocuparían de borrar irremediablemente de su hemisferio derecho. La mitad de las veces serán incomprensibles (“Un persknjuaje conoce a kljhsafd en un bolksdo, pero luego resulta ser skdu foforcio), hándicaps de escritura beoda, pero de vez en cuando se encontrarán con auténticas gemas de la creación subconsciente.

19) Lean.

Parece una perogrullada, pero deben leer mucho. Deben leer horrores. El vi fa sang, y el leer inevitablemente ayuda a escribir. Por sí solo no van a salvarles el culo, pero por otro lado casi nadie ha escrito jamás sin haber leído mucho antes. Lo siento, pero viene en el pack. Las cosas buenas nunca son fáciles, ya lo he dicho mil veces. Y una cosa más (sobre la que siempre insiste mi amigo Miqui Otero): así como en la música pop es perfectamente lógico escuchar discos pésimos pero producir canciones majestuosas, en la literatura no. La gente con mal gusto literario escribe malos libros. O sea, escojan con tino lo que devoran.

20) Admitan siempre que aún están aprendiendo.

Y, lo que es más posible, que no dejarán de aprender nunca. El proceso de aprendizaje no es finito. La perfección, el dominio completo y último de las herramientas, es una utopía. Así que no se entristezcan: mañana les saldrá mejor."

Mil Violines
Kiko Amat