sábado, 21 de marzo de 2015

¿Quién engañó a George F. Babbitt?


Pequeño ramillete de datos que considero importantes para ilustrar esta reseña: Sinclair Lewis ganó el Premio Nobel de Literatura en 1930, fue el primer norteamericano en conseguirlo. Hasta esa fecha, en que la academia de suecos lumbreras decidió distinguirlo, había publicado entre otras obras, lo que puede considerarse como el grueso de su legado literario: ‘Calle Mayor’ (1920), ‘Babbitt’ (1922) y ‘Arrowsmith’ (1925)… esta última también ganó el Premio Pullitzer pero Lewis, en una polémica y orgullosa decisión, decidió rechazar el galardón muy enfadado con el jurado al considerar que ya deberían habérselo entregado con anterioridad por su ‘Calle Mayor’, cabe mencionar que aquel año, 1921, la galardonada fue Edith Wharton por ‘La edad de la inocencia’, curiosidades para la historia de las letras universales;  un año después, ego del autor vilipendiado mediante, Lewis empezó a escribir este ‘Babbitt’ (para el público la obra cumbre de su carrera, mientras la crítica parece estar mucho más dividida) y cuál fue mi sorpresa, conociendo estas referencias de un breve estudio previo del autor, cuando al iniciar la lectura descubro la incendiaria dedicatoria que Lewis incluye en la primera página: “Para Edith Wharton”.

Babbitt ama profundamente la prosperidad que otorgan los negocios (es una especie de exitoso agente de la propiedad inmobiliaria), ama a su familia (compuesta por su mujer Myra –con la que comparte algunos de los pasajes más memorables de la novela, especialmente en su parte final-, y sus tres hijos: Verona, Ted y la pequeña Tinka), ama el lujo de su posición social ascendente (atentos a sus cambios de chaqueta política, arrimándose siempre al sol que más calienta…), ama a sus amigos (Paul, ese gran personaje secundario, tampoco quiero olvidar a Tanis, aunque son muchos más los que aparecen…), ama a su ‘revolucionaria’ ciudad (Zenith, la única concesión imaginaria a una novela que supura realidad por los cuatro costados…), ama las evasiones de la rutinaria realidad que proporciona todo lo prohibido (el alcohol, las drogas, el sexo adúltero, todo ello narrado por Lewis con un inusitado atrevimiento narrativo capaz de esquivar cualquier censura… incluida la de la época) y, por encima de todo, ama la vida que le ha tocado vivir: aquí localizada entre los años 1920-1922, segmento comprendido de los cuarenta y seis a los cuarenta y ocho años de Babbitt, aquellos alocados años inmediatamente anteriores al derrumbe del sueño americano de finales de los años 20. Pero alguien engañó a Babbitt, algo no salió conforme lo previsto en su metódica hoja de ruta existencial…

Narrada en una 3ª persona de mucha proximidad hacia el lector, el autor consigue una soberbia composición del personaje central, o lo que viene a ser lo mismo, acabamos conociendo al dedillo toda la arrolladora personalidad de Babbitt, dios nuclear sobre el que gira todo el resto de un reparto que ya sea mediante los impresionantes diálogos que sostienen entre ellos (las conversaciones del Club Privado para caballeros o la reivindicación de los derechos de la mujer, mismamente) o a través de las acertadísimas descripciones que utiliza Lewis para situarnos en contexto (vestimentas, automóviles, mobiliario, guateques sociales, reuniones de negocios, congregaciones religiosas, etc…), la novela consigue mantener en todo momento un ritmo prodigioso, especialmente en su parte central –que es donde se cuecen todos sus secretos- para acabar con un final de campanillas, a la altura de lo que un servidor –tan cargado de emoción lectora- se esperaba. ¡Bravo! Primer acercamiento a este autor, el próximo en línea de salida, que mucho me temo que acabará convirtiéndose, ojalá me equivoque, en mi gran descubrimiento de este año entre los clásicos de la literatura. Muy recomendable para todos aquellos rastreadores de autores injustamente olvidados por el implacable rodillo del tiempo.

Tras el reconocimiento del Nobel “… por su vigorosa y plástica técnica puesta al servicio de la descripción, y por su habilidad en la construcción amena e inteligente de nuevos tipos y caracteres, bla, bla, bla”, dijo alguien durante el discurso de entrega, la pluma punzante de Sinclair Lewis -agitadora de conciencias burguesas y burdeles religiosos- siguió creando otras obras, muchas de ellas todavía siguen sin traducción a otros idiomas más allá del inglés original, y acabó muriendo en Roma a los 65 años agarrado a una botella de alta graduación alcohólica y al orgullo de haber sido capaz de escribir, quiero suponer que entre otras, esta estupenda novela.-