Pequeño ramillete de datos que considero
importantes para ilustrar esta reseña: Sinclair Lewis ganó el Premio Nobel de
Literatura en 1930, fue el primer norteamericano en conseguirlo. Hasta esa
fecha, en que la academia de suecos lumbreras decidió distinguirlo, había
publicado entre otras obras, lo que puede considerarse como el grueso de su
legado literario: ‘Calle Mayor’ (1920), ‘Babbitt’ (1922) y ‘Arrowsmith’ (1925)…
esta última también ganó el Premio Pullitzer pero Lewis, en una polémica y
orgullosa decisión, decidió rechazar el galardón muy enfadado con el jurado al
considerar que ya deberían habérselo entregado con anterioridad por su ‘Calle
Mayor’, cabe mencionar que aquel año, 1921, la galardonada fue Edith Wharton
por ‘La edad de la inocencia’, curiosidades para la historia de las letras
universales; un año después, ego del
autor vilipendiado mediante, Lewis empezó a escribir este ‘Babbitt’ (para el
público la obra cumbre de su carrera, mientras la crítica parece estar mucho
más dividida) y cuál fue mi sorpresa, conociendo estas referencias de un breve
estudio previo del autor, cuando al iniciar la lectura descubro la incendiaria
dedicatoria que Lewis incluye en la primera página: “Para Edith Wharton”.
Babbitt ama profundamente la prosperidad
que otorgan los negocios (es una especie de exitoso agente de la propiedad
inmobiliaria), ama a su familia (compuesta por su mujer Myra –con la que
comparte algunos de los pasajes más memorables de la novela, especialmente en
su parte final-, y sus tres hijos: Verona, Ted y la pequeña Tinka), ama el lujo
de su posición social ascendente (atentos a sus cambios de chaqueta política,
arrimándose siempre al sol que más calienta…), ama a sus amigos (Paul, ese gran
personaje secundario, tampoco quiero olvidar a Tanis, aunque son muchos más los
que aparecen…), ama a su ‘revolucionaria’ ciudad (Zenith, la única concesión
imaginaria a una novela que supura realidad por los cuatro costados…), ama las
evasiones de la rutinaria realidad que proporciona todo lo prohibido (el
alcohol, las drogas, el sexo adúltero, todo ello narrado por Lewis con un
inusitado atrevimiento narrativo capaz de esquivar cualquier censura… incluida
la de la época) y, por encima de todo, ama la vida que le ha tocado vivir: aquí
localizada entre los años 1920-1922, segmento comprendido de los cuarenta y
seis a los cuarenta y ocho años de Babbitt, aquellos alocados años
inmediatamente anteriores al derrumbe del sueño americano de finales de los
años 20. Pero alguien engañó a Babbitt, algo no salió conforme lo previsto en
su metódica hoja de ruta existencial…
Narrada en una 3ª persona de mucha
proximidad hacia el lector, el autor consigue una soberbia composición del
personaje central, o lo que viene a ser lo mismo, acabamos conociendo al
dedillo toda la arrolladora personalidad de Babbitt, dios nuclear sobre el que
gira todo el resto de un reparto que ya sea mediante los impresionantes
diálogos que sostienen entre ellos (las conversaciones del Club Privado para
caballeros o la reivindicación de los derechos de la mujer, mismamente) o a
través de las acertadísimas descripciones que utiliza Lewis para situarnos en
contexto (vestimentas, automóviles, mobiliario, guateques sociales, reuniones
de negocios, congregaciones religiosas, etc…), la novela consigue mantener en
todo momento un ritmo prodigioso, especialmente en su parte central –que es
donde se cuecen todos sus secretos- para acabar con un final de campanillas, a
la altura de lo que un servidor –tan cargado de emoción lectora- se esperaba.
¡Bravo! Primer acercamiento a este autor, el próximo en línea de salida, que
mucho me temo que acabará convirtiéndose, ojalá me equivoque, en mi gran
descubrimiento de este año entre los clásicos de la literatura. Muy
recomendable para todos aquellos rastreadores de autores injustamente olvidados
por el implacable rodillo del tiempo.
Tras el reconocimiento del Nobel “… por su vigorosa y plástica técnica puesta al servicio de la descripción, y por su habilidad en la construcción amena e inteligente de nuevos tipos y caracteres, bla, bla, bla”, dijo alguien durante el discurso de entrega, la pluma punzante de Sinclair Lewis -agitadora de conciencias burguesas y burdeles religiosos- siguió creando otras obras, muchas de ellas todavía siguen sin traducción a otros idiomas más allá del inglés original, y acabó muriendo en Roma a los 65 años agarrado a una botella de alta graduación alcohólica y al orgullo de haber sido capaz de escribir, quiero suponer que entre otras, esta estupenda novela.-