“No es, en verdad, su cuarto, sino el que
tenía cuando era niña, abandonado ahora, con las cortinas medio sueltas, una
cama blanca, algo rebuscada, y un arcón oscuro bajo la ventana.
El huésped se sienta al borde de la cama,
un poco incómodo, porque la cama es alta y debe permanecer con las piernas
abiertas y estiradas. Por eso, cuando Odetta —después de posar en él unos ojos
que no contienen nada, salvo un insensato recelo de animal salvaje— se inclina
sobre el arcón, toma de él sus preciosos álbumes y se vuelve, no encuentra nada
mejor que ir a sentarse entre las piernas del huésped, con la espalda apoyada
contra la cama. Mejor dicho, se acurruca entre ellas, pero con bastante comodidad,
porque las piernas del muchacho, ceñidas por la leve tela estirada, son como
dos columnas entre las cuales la salvaje Odetta puede arrellanarse con
naturalidad, casi con caprichosa elegancia. Es cierto que apenas se volviera se
encontraría ante esa protuberancia, inmaculada y poderosa, en el fondo de ambas
columnas protectoras. Pero Odetta no se vuelve: sus miradas pasan casi
suplicantes del álbum de las fotografías a la cara del huésped, que le sonríe,
bondadoso en su fuerza.
Odetta levanta los gruesos globos de sus
ojos hacia él, entreabriendo su boca de adenoidea hechizada, y lo interroga;
después baja otra vez los ojos al álbum y lo hojea, buscando con minucia
semejante a la ausencia los demás momentos culminantes de sus recuerdos
familiares.
Y el huésped le sonríe. Pero de pronto una
de sus manos, en un ademán natural e impensado, se posa sobre su muslo, sobre
su sexo, tras la espalda de Odetta. Ante ese ademán, ella se vuelve y mira la
mano —siempre con su misma ausencia minuciosa—, después alza los ojos hacia el
huésped, procurando no cambiar de expresión, manteniendo en ellos la misma luz.
Pero el huésped le sonríe, paternal y maternal, más cálidamente, y como si ella
fuera una cosa muerta e inerte, la toma por debajo de las axilas y la levanta
del suelo hasta su propia altura.
El álbum de las fotografías cae al suelo y
las bocas de los dos jóvenes se unen. Es el primer beso de Odetta: lo recibe
rígida y llena de su carne intensa, arrodillada, sostenida por los brazos
poderosos del muchacho, para el cual es tan leve...”
Teorema
Pier
Paolo Pasolini
Nota:
El fotograma que ilustra el post pertenece a la película “Teorema” escrita y dirigida
por Pier Paolo Pasolini en 1968 ajustando al máximo la escena rodada
al propio capítulo 23 de su novela que, a su vez, luce ese hermoso título de
“Niña en el cubil de la virilidad”. Los protagonistas de esta escena en
concreto son Terence Stamp (El Visitante) & Anne Wiazemsky (Odetta), la B.S.O. corre a cargo de Ennio Morricone. A quién pueda interesar: la novela
entera se puede leer AQUÍ.-