domingo, 22 de febrero de 2015

Metalistería Gaddis


“Ven, cómeme el coco y muéstrame la verdad” – La Polla Records

Metaliteratura para listos, metalistería Gaddis reforma su librería. Literatura metal podría ser el género acuñado por este misterioso autor para construir aquí una novela de extrema dureza para todo aquel lector que ose perderse entre sus líneas, más que por su confusa trama argumental –que también- por el enrevesado y acerado estilo narrativo que utiliza. Sucede que la troupe de personajes protagonistas, pocos y mal avenidos, carecen del hierro forjado necesario para sostener una estructura tan ambiciosa y de tan imponente altura como la que, sin duda, su autor pretendía construir elevándola hasta los clásicos del gótico sureño; consciente de ello las dota, a ellas sus criaturas, de todos aquellos materiales de derribo (odio, sexo, religión, ambición, política, vicios varios rollo beat…) capaces de sostener su obra de modo primario, estrafalario también, con la estimulante liturgia ancestral añadida que se le supone al ser humano: la decadente madera de la confusión que siempre acaba ardiendo en la pira de los días. Todo es de madera aquí, material inflamable en esa casa de estilo gótico medieval (magnífica elección la del diseño de portada) que es la auténtica protagonista de esta historia y ella servirá de único escenario para el desarrollo global de una novela diseñada con eminente… ¡estilo teatral!

Esta metafísica mansión luce en todo su esplendor cuando se mira desde fuera, a pesar de su ruinoso estado interior, ya que desde dentro de la novela asistimos atónitos a una infinidad de interminables diálogos que a las pocas páginas uno ya se da cuenta que no son tales, sino más bien delirantes monólogos donde cada protagonista espera impacientemente su turno de réplica, sin escuchar realmente lo que dice su interlocutor, para perorar a su libre albedrío con la esperanza de… ¡ser escuchado! Además, me veo en la obligación de advertir, que Gaddis se salta absolutamente a la torera todas las normas escritas sobre los signos de puntuación, prescindiendo de las comas cuando corresponde, abusando en exceso de los puntos suspensivos… por cierto, ¡soberbia la traducción al castellano del tal Mariano Peyrou para Sexto Piso! No quisiera omitir este detalle cómo, asimismo, estoy convencido de que él mismo no olvidará jamás el envenenado encargo de marquetería literaria que le adjudicaron.

Un póker de personajes se reparte prácticamente todo el protagonismo escénico: Liz (pelirroja e interesadamente hipocondríaca), Paul (su marido pelagatos y parlanchín, veterano del Vietnam), Billy (el hermanísimo de Liz, cuñadísimo de Paul), y McCandless (propietario de esa casa que los otros habitan como inquilinos, reservándose, eso sí, una habitación especial que puede usar cuando le venga en gana…),  los demás son secundarios -¿no se ha desaprovechado al reverendo Ude?, pregunto- y escenifican su presencia en forma de infinitas llamadas telefónicas que suenan alarmantemente estridentes rompiendo la tranquilidad del hogar lector, tantos timbrazos como cigarrillos de liar y tragos de whisky se consumen en esta novela. Corresponde al lector ir atando esos cabos telefónicos (a veces no sabes quién está al otro lado del aparato hasta que te ha lavado el cerebro con su disertación…  a cobro revertido, claro) para intentar darle sentido a todo lo que Gaddis nos cuenta, que es un mucho de todo –esta es su gran virtud en mi opinión- aprisionado en menos de trescientas páginas que pesan como seiscientos listones de plomo, que listos ellos que lo entienden en su máxima expresión y que tontos quienes renunciamos a darnos el gustazo de poner a prueba la espalda para cargarlos: escaqueados del sistema laboral, con media jornada nos cuadra la estafa, poner el cazo y retirar la mano hasta el próximo mes, ya ves. Objetivo de reconocimiento autoral cumplido, no debería volver a pagar por el ágape que supone su jodienda mental pero como jamás no existe, valoraremos sus virtudes, que las tiene, ya que los defectos sólo son visibles en aquellas oscuras estancias cerradas a la imaginación donde almacenamos, como colecciones abandonadas, todas aquellas experiencias que vamos acumulando en la vida.

(Y Liz estaba meando en los grandes almacenes Saks cuando alguien asomó desde arriba y le robó el bolso con las llaves del reino de esta novela en su interior. La puerta de entrada permanece siempre abierta a un reducido grupo de lectores desde entonces…)


Carpintería Metalistería Gaddis, madera de escritor de culto a su servicio.-