“Ven,
cómeme el coco y muéstrame la verdad” – La Polla Records
Metaliteratura
para listos, metalistería Gaddis reforma su librería. Literatura metal podría
ser el género acuñado por este misterioso autor para construir aquí una novela de
extrema dureza para todo aquel lector que ose perderse entre sus líneas, más
que por su confusa trama argumental –que también- por el enrevesado y acerado
estilo narrativo que utiliza. Sucede que la troupe de personajes protagonistas,
pocos y mal avenidos, carecen del hierro forjado necesario para sostener una
estructura tan ambiciosa y de tan imponente altura como la que, sin duda, su
autor pretendía construir elevándola hasta los clásicos del gótico sureño;
consciente de ello las dota, a ellas sus criaturas, de todos aquellos
materiales de derribo (odio, sexo, religión, ambición, política, vicios varios
rollo beat…) capaces de sostener su obra de modo primario, estrafalario
también, con la estimulante liturgia ancestral añadida que se le supone al ser
humano: la decadente madera de la confusión que siempre acaba ardiendo en la
pira de los días. Todo es de madera aquí, material inflamable en esa casa de
estilo gótico medieval (magnífica elección la del diseño de portada) que es la
auténtica protagonista de esta historia y ella servirá de único escenario para el
desarrollo global de una novela diseñada con eminente… ¡estilo teatral!
Esta metafísica
mansión luce en todo su esplendor cuando se mira desde fuera, a pesar de su ruinoso
estado interior, ya que desde dentro de la novela asistimos atónitos a una
infinidad de interminables diálogos que a las pocas páginas uno ya se da cuenta
que no son tales, sino más bien delirantes monólogos donde cada protagonista
espera impacientemente su turno de réplica, sin escuchar realmente lo que dice
su interlocutor, para perorar a su libre albedrío con la esperanza de… ¡ser
escuchado! Además, me veo en la obligación de advertir, que Gaddis se salta
absolutamente a la torera todas las normas escritas sobre los signos de
puntuación, prescindiendo de las comas cuando corresponde, abusando en exceso
de los puntos suspensivos… por cierto, ¡soberbia la traducción al castellano
del tal Mariano Peyrou para Sexto Piso! No quisiera omitir este detalle cómo,
asimismo, estoy convencido de que él mismo no olvidará jamás el envenenado
encargo de marquetería literaria que le adjudicaron.
Un póker de
personajes se reparte prácticamente todo el protagonismo escénico: Liz
(pelirroja e interesadamente hipocondríaca), Paul (su marido pelagatos y
parlanchín, veterano del Vietnam), Billy (el hermanísimo de Liz, cuñadísimo de
Paul), y McCandless (propietario de esa casa que los otros habitan como
inquilinos, reservándose, eso sí, una habitación especial que puede usar cuando
le venga en gana…), los demás son
secundarios -¿no se ha desaprovechado al reverendo Ude?, pregunto- y escenifican
su presencia en forma de infinitas llamadas telefónicas que suenan
alarmantemente estridentes rompiendo la tranquilidad del hogar lector, tantos timbrazos
como cigarrillos de liar y tragos de whisky se consumen en esta novela.
Corresponde al lector ir atando esos cabos telefónicos (a veces no sabes quién
está al otro lado del aparato hasta que te ha lavado el cerebro con su
disertación… a cobro revertido, claro)
para intentar darle sentido a todo lo que Gaddis nos cuenta, que es un mucho de
todo –esta es su gran virtud en mi opinión- aprisionado en menos de trescientas
páginas que pesan como seiscientos listones de plomo, que listos ellos que lo
entienden en su máxima expresión y que tontos quienes renunciamos a darnos el
gustazo de poner a prueba la espalda para cargarlos: escaqueados del sistema
laboral, con media jornada nos cuadra la estafa, poner el cazo y retirar la
mano hasta el próximo mes, ya ves. Objetivo de reconocimiento autoral cumplido,
no debería volver a pagar por el ágape que supone su jodienda mental pero como jamás
no existe, valoraremos sus virtudes, que las tiene, ya que los defectos sólo
son visibles en aquellas oscuras estancias cerradas a la imaginación donde almacenamos,
como colecciones abandonadas, todas aquellas experiencias que vamos acumulando
en la vida.
(Y Liz
estaba meando en los grandes almacenes Saks cuando alguien asomó desde arriba y
le robó el bolso con las llaves del reino de esta novela en su interior. La
puerta de entrada permanece siempre abierta a un reducido grupo de lectores
desde entonces…)
Carpintería
Metalistería Gaddis, madera de escritor de culto a su servicio.-