domingo, 18 de enero de 2015

La maldad guiando al pueblo


Entre todas las cualidades que debería poseer quien ejerce el noble oficio de escribano, hay una que suele pasar desapercibida para el gran público lector e incluso infravalorarse por esa crítica arrabalera dispuesta a vender su voto cualitativo al mejor postor, y que a mí me resulta fundamental a la hora de valorar una novela cualquiera: su Construcción. Cada manuscrito es diferente, no hay dos iguales, elaborar uno equivale a sentar las bases de todo un ‘Mundo Porvenir’ en el que después se asentará la historia que se quiera transmitir. Esta novela me ha parecido un excelente ejemplo de impecable construcción narrativa, tanto en lo referido a sus exquisitos personajes principales como a su localización y documentación.

 Pero vayamos por partes, que son tres en concreto.

 1.- NOVIEMBRE DE 1918: Consta de nueve capítulos y narra los hechos fundamentales sobre los que después se desarrollará el resto de la acción. Una escaramuza bélica muy pocos días antes de firmar el armisticio que pondría fin a la Gran Guerra (boches alemanes como enemigos: todos con ganas de acabar la partida) une las vidas de los tres personajes principales de la novela, memorables todos ellos a su manera, de manera irremisible hasta el final de sus días novelados: El teniente Henri d’Aulnay-Pradelle (uno de los miserables literarios más retorcidos que he conocido últimamente), y los soldados rasos Albert Maillard (una buena persona con todo el carácter descriptivo que ello implica para la ‘pluma compasiva’ de Lemaitre) y Édouard Péricourt (un freak, jonki de alta cuna, con media cara volada por un obús y que fuma por la aleta izquierda de la nariz, para que se hagan una idea… en busca de encontrar su verdadera identidad). Podríamos considerarla una novela bélica, sumamente entretenida por el negrísimo y malicioso humor que destila. Este inicio resulta tan adictivo que uno no puede más que aplaudir el atrevimiento de su autor a la hora de enfocar su luz sobre todo lo que ocurre en las oscuras trincheras. Primer tercio superado, 120 páginas, con notable interés por lo que vendrá…

 2.- NOVIEMBRE DE 1919: En una hipotética versión cinematográfica (si alguien se decide a hacerla… ¡que le den el papel de Madeleine a Marion Cotillard!) nos pondrían el consabido rótulo de ‘Un año después’. Quince capítulos para las siguientes ciento cincuenta páginas. Núcleo central que engarza a la perfección la parte precedente con su posterior resolución. París a las puertas de los locos años 20, el género literario cambia a melodrama existencial con arriesgados toques de comedia francesa y, sorprendentemente, la novela no se resiente en absoluto, muy al contrario, crece a través de su ajustada y precisa presentación del resto de personajes secundarios que van a darle mucho jugo-juego al desarrollo final de la historia, alguno de ellos incluso con ínfulas de robar protagonismo principal: estoy pensando en el memorable Joseph Merlin, también en el papá de Édouard…

 3.- MARZO DE 1920: 16 capítulos para las 150 páginas finales, donde ya entramos preparados para ese desenlace (que con los elementos precedentes se ha ido diseñando en la cabeza de cada lector de una manera diferente, estoy convencido de ello) tan esperado. Se precipitan los acontecimientos y Lemaitre, consciente del grado de atención que ha conseguido despertar hasta el momento, echa el resto y vuelve a sorprendernos con un giro monumental a una trama que ahora toma aires políticos, también policíacos, con escándalos de corrupción incluidos (monumentos a los caídos en combate, y todo el paripé que se monta con exhumaciones, entierros, paso de factura a las familias…etc) y una mala baba que lo impregna todo de ‘codiciosa supervivencia vital’, un sálvese quien pueda que resulta de lo más estimulante de cara al lector. Y para hacerlo más rimbombante, todo se va a solucionar el 14 de julio, fiesta nacional francesa con su retorcimiento chauvinista… a la vista. El final, el final, siempre es el cierre de una historia de estas características el que condiciona su resultado global. Como en mi opinión pudo ser mejor, le resto un punto a esta obra en que el 8 estuvo bailando constantemente en mi valoración global, pero estoy seguro de que usted igual se lo sube hasta el sobresaliente, dense la oportunidad de calibrarse; en todo caso el notable la hace muy recomendable para todo tipo de lectores…

 Escrita con un lenguaje sencillo, brillantes diálogos entre todo tipo de personas-personajes de variopinta condición social, pero que a su vez esconde una mordaz elegancia intelectual en algunos de sus pasajes más serios (un alegato antibelicista capaz de haber salvado las tijeras de la censura si la novela se hubiera escrito a mitad del siglo XX), su autor consigue parir una obra muy entretenida, original en su mixtura de géneros, que se lee en un suspiro a pesar de su extensión; y que, como resaltaba al inicio, entreteje todos sus elementos estilísticos para acabar construyendo una novela –Premio Goncourt 2013- que ha sido todo un fenómeno en su Francia natal, uniendo a público y crítica por primera vez en mucho tiempo. Presten también atención a su inexcusable epílogo (demasiado corto en mi opinión, con algún cabo primero suelto…) y a la lista de agradecimientos donde Lemaitre admite haber tomado prestadas cosas de gentes tan dispares como: Homero, Honore de Balzac, Ingmar Bergman, Denis Didedot, Gabriel García Márquez, Víctor Hugo, Kazuo Ishiguro, Antonio Muñoz Molina, Marcel Proust y muy especialmente… ¡Carson McCullers!. Ahí es nada. Un autor a tener en cuenta y una buena novela para presentarlo en sociedad, más allá (arriba) del envolvente y ‘cerrado círculo’ de las letras francesas de ayer y de hoy.-