“Para
aquellos a los que les faltan los dos segundos obligatorios de historia
dominicana: Trujillo, uno de los dictadores más infames del siglo XX, gobernó
la República Dominicana entre 1930 y 1961 con una brutalidad despiadada e
implacable. Mulato con ojos de cerdo, sádico, corpulento: se blanqueaba la
piel, llevaba zapatos de plataforma, y le encantaban los sombreros al estilo de
Napoleón. Trujillo (conocido también como El Jefe, El Cuatrero Fracasado y
Fuckface) llegó a controlar casi todos los aspectos de la política, la vida
cultural, social, y económica de la RD mediante una mezcla potente (y muy
conocida) de violencia, intimidación, masacre, violación, asimilación, y
terror; así llegó a disponer del país como si fuera una colonia y él su amo. A
primera vista, parecía el prototipo del caudillo latinoamericano, pero sus
poderes eran tan fatales que pocos historiadores o escritores los han
percibido, y me atrevo a decir que ni siquiera han imaginado. Era nuestro
Sauron, nuestro Arawn, nuestro propio Darkseid, nuestro dictador para siempre,
un personaje tan extraño, tan estrafalario, tan perverso, tan terrible que ni
siquiera un escritor de ciencia ficción habría podido inventarlo. Famoso por
haber cambiado TODOS LOS NOMBRES A TODOS LOS SITIOS HISTÓRICOS de la República
Dominicana para honrarse a sí mismo (El Pico Duarte se convirtió en Pico
Trujillo y Santo Domingo de Guzmán, la primera y más antigua ciudad del Nuevo
Mundo, se convirtió en Ciudad Trujillo); por monopolizar con descaro todo el
patrimonio nacional (convirtiéndose de repente en uno de los hombres más ricos
de todo el planeta); por armar uno de las mayores ejércitos del hemisferio (por
amor de Dios, el tipo tenía bombarderos); por echarse a cada mujer atractiva
que le diera la gana, incluso las esposas de sus subalternos, millares y
millares y millares de mujeres; por tener la expectativa -¡no, por insistir!-
en la veneración absoluta de su pueblo (significativamente, la consigna
nacional era ‘Dios y Trujillo’); por dirigir el país como si fuera un campo de
entrenamiento de la Marina norteamericana; por quitar a amigos y aliados de sus
puestos y arrebatarles las propiedades sin razón alguna; y por sus capacidades
casi sobrenaturales.
Entre
sus logros excepcionales se cuentan: el genocidio de 1937 de los haitianos y la
comunidad haitiano-dominicana; mantener una de las dictaduras más largas y
dañinas del Hemisferio Occidental con el apoyo de Estados Unidos (y si hay algo
en que los latinos somos expertos es en tolerar dictadores respaldados por los
Estados Unidos, así que no hay duda que esta fue una victoria ganada con el
sudor de la frente, y de la que los chilenos y los argentinos todavía se
quejan); la creación de la primera cleptocracia moderna (Trujillo fue Mobutu
antes de que Mobutu fuera Mobutu); el soborno sistemático de senadores
estadounidenses y, por último, la unión de los dominicanos en una nación
moderna (hizo lo que no pudieron hacer los entrenadores de las fuerzas
militares americanas durante la ocupación.)”
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Actualmente
leyendo “La maravillosa vida breve de Óscar Wao” de Junot Díaz, me encuentro
con esta nota a pie de página cuando el autor nombra a Trujillo así como de
pasada, y uno toma esta lección de historia con gran satisfacción a la vez que
agradece sobremanera esta ‘pequeña explicación’ sobre quién fue realmente ese
elemento de la fotografía. Siempre me gustaron las notas a pie de página en los
libros porque todas ellas llevan incluidas, paralelamente al desarrollo de la
historia que se nos cuenta, una información adicional realmente excepcional.
Transitando por la página 100 de la novela ya me han salido 13 de ellas, a cual
más interesante, sobre este país. ¡Gracias, Junot!