martes, 28 de octubre de 2014

Opiniones de un payaso - Heinrich Böll

“En un circo ambulante inglés conocí una vez un payaso que en lo profesional valía veinte veces lo que yo y era diez veces más artista que yo, y que sin embargo no llegaba a ganar diez marcos al día: se llamaba James Ellis, rozaba ya la cincuentena, y cuando le invité a cenar –hubo tortilla con jamón, ensalada y pastel de manzana- la comida le sentó mal: hacía diez años que no comía tanto de una vez. Desde que conocí a James jamás he vuelto a discutir de dinero ni de arte.
Aceptaré las cosas tal y como vengan, y cuento con el arroyo. Marie tiene en la cabeza ideas completamente distintas; hablaba siempre de “vocación”, pretendía que todo, incluso lo que yo hago, es vocación; yo soy tan alegre, a mi manera tan piadoso y tan casto, y así sucesivamente. Es horrible lo que les pasa por la cabeza a los católicos. Ni siquiera pueden beber buen vino sin hacerse violencia, cueste lo que cueste han de tener “conciencia” de cuan bueno es el vino, y por qué. En lo referente a la conciencia no les van a la zaga a los marxistas. Marie se sobresaltó cuando hace un par de meses me compré una guitarra y le dije que de noche cantaría a la guitarra canciones compuestas y escritas por mí. Opinó que esto quedaba por debajo de mi “nivel”, y yo le dije que por debajo del nivel del arroyo queda aún la alcantarilla, pero ella no comprendió lo que quise decir y odio el dar explicaciones. Se me comprende o no. No soy un exégeta.”


Entrañable este Hans Schnier, 28 años, el payaso ateo de Böll. Uno simpatiza con él, con sus opiniones, por multitud de razones aunque probablemente la más importante sea que una vez conociéndolo en profundidad acabas convencido del todo de que, por encima de todo, es una buena persona; y todo eso a pesar del maltrato al que lo somete su propio autor: Católico fervoroso, Heinrich Böll intenta denodadamente convertir a su personaje a su religión y no escatima ningún medio, ficticio o real, para conseguirlo (sus padres, su hermano Leo, el recuerdo de su hermanita Henriette, su novia Marie, sus amigos… todos ellos intentan arrastrarlo al pozo progresista de la fe cristiana)… pero Hans Schnier, que no tiene nada salvo dignidad y nobleza es un hueso duro de limar. El enfrentamiento, a ratos rozando lo metafísico, entre autor y protagonista es una de las mejores bazas de una novela, esta, que tenía muchas ganas de leer desde hace tiempo. También me ha gustado ese toque de ‘expresionismo alemán moderno’ tan decadente que flota sobre toda la narración y que invita a pasear por un Alemania (creo que años 60’, difícil situarte en el espacio-tiempo en que transcurre) reconvertid en un país post nazista que pretende redimirse con los errores de su pasado a través de la religión. Ciudades teutonas en ruta para la gira de un payaso incomprendido y vilipendiado por la crítica artística y por su entorno más cercano, y que acaba componiendo un brillante, oscuro a la vez, retrato de una de ellas en particular: Bonn.

Es también una novela de llamadas telefónicas intempestivas, cable prehistórico sin móviles de por medio, y de sesudos diálogos teológicos al aparato. También tiene Schnier un preciado don que permanecerá en mi memorándum personal al recordar esta novela y es que, en una narración en donde todos los sentidos están a flor de piel, nuestro querido payaso posee uno en particular: un prodigioso olfato que es capaz de oler a cualquier interlocutor que se encuentre al otro lado de la línea telefónica, y este bien podría ser su otro gran acierto a nivel argumental, ¿a qué huele realmente la peña?... Böll intenta, consigue por momentos, hacer culpable a Schnier del peor de los pecados que puede cargar un payaso en su equipaje vital: despertar compasión; pero puede que su gran paradoja le acabe estallando en la cara… como un globo de color carmesí.-

Valoración Personal: 7 sobre 10
Libros leídos del autor (2): “El honor perdido de Katharina Blum”