“En un circo ambulante inglés conocí una
vez un payaso que en lo profesional valía veinte veces lo que yo y era diez
veces más artista que yo, y que sin embargo no llegaba a ganar diez marcos al
día: se llamaba James Ellis, rozaba ya la cincuentena, y cuando le invité a
cenar –hubo tortilla con jamón, ensalada y pastel de manzana- la comida le
sentó mal: hacía diez años que no comía tanto de una vez. Desde que conocí a
James jamás he vuelto a discutir de dinero ni de arte.
Aceptaré las cosas tal y como vengan, y
cuento con el arroyo. Marie tiene en la cabeza ideas completamente distintas;
hablaba siempre de “vocación”, pretendía que todo, incluso lo que yo hago, es
vocación; yo soy tan alegre, a mi manera tan piadoso y tan casto, y así
sucesivamente. Es horrible lo que les pasa por la cabeza a los católicos. Ni
siquiera pueden beber buen vino sin hacerse violencia, cueste lo que cueste han
de tener “conciencia” de cuan bueno es el vino, y por qué. En lo referente a la
conciencia no les van a la zaga a los marxistas. Marie se sobresaltó cuando
hace un par de meses me compré una guitarra y le dije que de noche cantaría a
la guitarra canciones compuestas y escritas por mí. Opinó que esto quedaba por
debajo de mi “nivel”, y yo le dije que por debajo del nivel del arroyo queda
aún la alcantarilla, pero ella no comprendió lo que quise decir y odio el dar
explicaciones. Se me comprende o no. No soy un exégeta.”
Entrañable este Hans Schnier, 28 años, el
payaso ateo de Böll. Uno simpatiza con él, con sus opiniones, por multitud de
razones aunque probablemente la más importante sea que una vez conociéndolo en
profundidad acabas convencido del todo de que, por encima de todo, es una buena
persona; y todo eso a pesar del maltrato al que lo somete su propio autor:
Católico fervoroso, Heinrich Böll intenta denodadamente convertir a su
personaje a su religión y no escatima ningún medio, ficticio o real, para
conseguirlo (sus padres, su hermano Leo, el recuerdo de su hermanita Henriette,
su novia Marie, sus amigos… todos ellos intentan arrastrarlo al pozo
progresista de la fe cristiana)… pero Hans Schnier, que no tiene nada salvo
dignidad y nobleza es un hueso duro de limar. El enfrentamiento, a ratos
rozando lo metafísico, entre autor y protagonista es una de las mejores bazas
de una novela, esta, que tenía muchas ganas de leer desde hace tiempo. También me
ha gustado ese toque de ‘expresionismo alemán moderno’ tan decadente que flota
sobre toda la narración y que invita a pasear por un Alemania (creo que años
60’, difícil situarte en el espacio-tiempo en que transcurre) reconvertid en un
país post nazista que pretende redimirse con los errores de su pasado a través
de la religión. Ciudades teutonas en ruta para la gira de un payaso
incomprendido y vilipendiado por la crítica artística y por su entorno más
cercano, y que acaba componiendo un brillante, oscuro a la vez, retrato de una
de ellas en particular: Bonn.
Es también una novela de llamadas telefónicas
intempestivas, cable prehistórico sin móviles de por medio, y de sesudos
diálogos teológicos al aparato. También tiene Schnier un preciado don que
permanecerá en mi memorándum personal al recordar esta novela y es que, en una
narración en donde todos los sentidos están a flor de piel, nuestro querido
payaso posee uno en particular: un prodigioso olfato que es capaz de oler a
cualquier interlocutor que se encuentre al otro lado de la línea telefónica, y este
bien podría ser su otro gran acierto a nivel argumental, ¿a qué huele realmente
la peña?... Böll intenta, consigue por momentos, hacer culpable a Schnier del
peor de los pecados que puede cargar un payaso en su equipaje vital: despertar
compasión; pero puede que su gran paradoja le acabe estallando en la cara… como
un globo de color carmesí.-
Valoración Personal: 7 sobre 10
Libros leídos del autor (2): “El honor
perdido de Katharina Blum”