“De pronto dejó de existir en aquel punto concreto y se aposentó en todas
partes, en todos los lugares como aquél. Y, súbitamente, el vacío se llenó de
sonidos y volúmenes, de todos los sucesos implacables que los individuos habían
conjurado en el vacío. Niñas indefensas que gritaban cuando sus propios padres
se metían en la cama con ellas. Hombres que maltrataban a sus mujeres, mujeres
que suplicaban piedad. Niños que se meaban en la cama de miedo y angustia, y
madres que los castigaban dándoles de comer pimienta roja. Caras ojerosas,
pálidas a causa de los parásitos intestinales, manchadas a causa del escorbuto.
El hambre, la insatisfacción continua, las deudas que traen siempre los plazos.
El cómo-comeremos, el cómo-dormiremos, el cómo-nos-taparemos-el-roñoso-culo. El
tipo de ideas que persiguen y acosan cuando no se tiene más que eso y cuando se
está mucho mejor muerto. Porque es el vacío el que piensa, y uno se encuentra
ya muerto interiormente; y lo único que se hace es propagar el hedor y el
hastío, las lágrimas, los gemidos, la tortura, el hambre, la vergüenza de la
propia mortalidad. El propio vacío.”
1280 almas
Jim Thompson
Preparas la coctelera, le cargas 3/4 de whisky blanco, le metes un ramillete
de western de serie B y un toque brutal de humor negro (¡joder, como le ha
hecho ‘sonreír’ esta lectura a mi lado malo!), se lo das a tomar al amigo Nick
Corey (imagínense ustedes un… ¡Torrente 6 – Operación: Potts County!) y cuando
esté bien curda, el amiguete Nick, le dejas que se tire una ristra de pedos en
tu cara lectora (tantos como 1280) y te queda una novela de culto como esta.
¿Zafia? pensaran algunos, nada más lejos de la realidad…
Valoración Personal: 7 sobre 10
Imagen: “Sol en una habitación vacía” – Edward Hopper (1963)