jueves, 2 de octubre de 2014

El enajenado vacío ajeno

“De pronto dejó de existir en aquel punto concreto y se aposentó en todas partes, en todos los lugares como aquél. Y, súbitamente, el vacío se llenó de sonidos y volúmenes, de todos los sucesos implacables que los individuos habían conjurado en el vacío. Niñas indefensas que gritaban cuando sus propios padres se metían en la cama con ellas. Hombres que maltrataban a sus mujeres, mujeres que suplicaban piedad. Niños que se meaban en la cama de miedo y angustia, y madres que los castigaban dándoles de comer pimienta roja. Caras ojerosas, pálidas a causa de los parásitos intestinales, manchadas a causa del escorbuto. El hambre, la insatisfacción continua, las deudas que traen siempre los plazos. El cómo-comeremos, el cómo-dormiremos, el cómo-nos-taparemos-el-roñoso-culo. El tipo de ideas que persiguen y acosan cuando no se tiene más que eso y cuando se está mucho mejor muerto. Porque es el vacío el que piensa, y uno se encuentra ya muerto interiormente; y lo único que se hace es propagar el hedor y el hastío, las lágrimas, los gemidos, la tortura, el hambre, la vergüenza de la propia mortalidad. El propio vacío.”

1280 almas
Jim Thompson


Preparas la coctelera, le cargas 3/4 de whisky blanco, le metes un ramillete de western de serie B y un toque brutal de humor negro (¡joder, como le ha hecho ‘sonreír’ esta lectura a mi lado malo!), se lo das a tomar al amigo Nick Corey (imagínense ustedes un… ¡Torrente 6 – Operación: Potts County!) y cuando esté bien curda, el amiguete Nick, le dejas que se tire una ristra de pedos en tu cara lectora (tantos como 1280) y te queda una novela de culto como esta. ¿Zafia? pensaran algunos, nada más lejos de la realidad…

Valoración Personal: 7 sobre 10
Imagen: “Sol en una habitación vacía” – Edward Hopper (1963)