Descubrir a
estas alturas un Orwell de semejante calado cuando uno ya creía haber leído lo
mejor de su obra, respeto presente obliga a seguir indagando en ella, supone
todo un acontecimiento para quien siempre veneró a este genio de las letras
universales, inglés de pro y extranjero a la contra. Publicada en 1936 (estratégicamente
colocada en su bibliografía entre dos de sus trabajos menos conocidos: ‘A
Clergyman’s Daughter’ -1935- y ‘The Road to Wigan Pier’ -1937-, las cuales no reconozco
pero tengo en mente leer si el futuro me presta una oportunidad) esta me parece
una novela descomunal por múltiples razones que intentaré resumir brevemente…
Sorprende,
ya desde su inicio, observar que estamos ante un Orwell totalmente alejado de
la ciencia ficción o de la crónica de guerra que bien podrían ser sus estilos
literarios más reconocidos por el gran público lector, aquí su escritura rezuma
un realismo tan pulcro en su suciedad narrativa que resulta maravilloso
observar cómo consigue describir la sociedad londinense de la época en que
transcurre la acción (Londres 1934-35, los años a caballo entre los 29 y los 30
años del protagonista principal) sin mancharse los dedos con la tinta
repetitiva de ningún tipo de influencia anterior, a ver cómo les explico esto:
pueden ustedes vestir la novela con una etiqueta victoriana (claramente
representada en el incondicional amor que nos entrega, regala, el personaje de
Rosemary en su exclusiva feminidad evolutiva), también pueden reconocer
descripciones dickesianas en esas impresionantes recreaciones de los bajos
fondos de la City –callejones mugrientos, pubs cerveceros, casas de putas,
pensiones baratas…-, e incluso puede que, como le ocurrió a un servidor, reconozcan
en Comstock, un personaje inolvidable digámoslo ya, un parecido más que
razonable con aquel tipo sin nombre que protagoniza la también muy recomendable
‘Hambre’ de Knut Hamsun... pero les puedo asegurar, sin miedo a equivocarme,
que serán ustedes testigos de cómo Orwell, adaptando un poco de todo la
anteriormente expuesto, porque estoy convencido de que leyó a todos esos
nombres clásicos y/o que lo acompañaron en sus mochilas de viajes varios,
imprime su sello particular e incuestionable a la novela, utilizando para ello
una narrativa muy ‘fácil’ de digerir para todos los públicos en una obra que
crece con cada página de avance hasta llegar a un final, tan soberbio como
inesperado, que consigue redondear este ‘clásico moderno’ que hará las delicias
de todo aquel lector que se atreva a iniciar su lectura sin ningún tipo de
prejuicio previo al respecto de su autor o de lo que aquí le apetece contarnos…
Análisis
concienzudo del Capitalismo vs. Socialismo representado por los maravillosos
diálogos entre Comstock y Ravelston en una amistad de altos vuelos entre un tipo
que siendo un publicista de prestigio abandona toda comodidad para trabajar en
una librería de baja estofa –dos de ellas en realidad, las de los ‘señores’
McKechnie y Cheeseman- para convertirse en poeta en sus ratos de ocio y así
revolcarse en la inmundicia más extrema del lado oscuro de la vida, patrimonio
exclusivo de los perdedores… y un rico pudiente incapaz de soportar la realidad
que le rodea. Radiografía extrema del significado de la palabra Dinero como
concepto vital, uno de sus puntos fuertes en mi opinión. Memorable balada
triste de Amor también, de las que hacen época, la de Comstock y Rosemary. Pequeños
detalles para resumir a grandes trazos la trama argumental de una historia
donde pasarán muchas otras cosas, tantas, que miedo da inmiscuirse en las
cuitas de los protagonistas sin tener toda esa serie de datos adicionales que
Orwell aporta para conocerlos mejor, para quererlos mejor, para acabar devorándolos
todavía mejor. Todo un banquete literario al que no deberían renunciar, ustedes
que son tan afortunados de poder tener –poder es querer, amig@s- una aspidistra
en cualquier rincón de sus confortables casas… ahora que aún están a tiempo de
saber lo que eso significa.-