“Mitch se
puso en pie y se situó a espaldas del hijo de Kenny. El niño seguía con el
juego, indiferente a la discusión que se desarrollaba en torno a él, con los
ojos miopes pegados a la enorme pantalla y moviendo de un lado para otro el
joystick analógico. Mitch contempló un momento el juego, tratando de adivinar
su sentido. Era difícil entender bien lo que pasaba. Parecía consistir en que
Michael dirigiese a un comando espacial armado hasta los dientes a través de
una ciudad subterránea. De cuando en cuando una interminable variedad de
criaturas de horrible aspecto aparecían por una puerta, salían del ascensor o
caían por un agujero del techo con intención de matar al protagonista. En ese
momento estallaba un feroz tiroteo. Mitch miraba el pulgar de Michael, que
pulsaba furiosamente un botón en la parte superior del joystick, para activar
un lanzallamas de flujo continuo en forma de sierra mecánica que despanzurraba
a las criaturas a medida que iban apareciendo y esparcía sus restos por todos
los rincones de la pantalla. Los dibujos eran soberbios, pensó Mitch. Las
heridas causadas a las criaturas eran de un realismo extremo. Incluso demasiado
realistas para su gusto: grandes fragmentos de intestinos se proyectaban contra
la pantalla y luego desaparecían lentamente dejando anchos rastros de sangre.
Cogió la caja que contenía el CD-ROM y leyó el título. El juego se llamaba Fuga
de la fortaleza. Había otros juegos igualmente violentos en una bolsa que el
chico tenía a los pies. Juicio final II. En el último momento. Intruso. En
total, valdrían doscientos o trescientos dólares. Mitch se preguntó si serían
adecuados para un niño de la edad de Michael. Se volvió. Probablemente, no era
asunto suyo.”
El infierno
digital
Philip Kerr