martes, 1 de julio de 2014

Dios jugando a los dados

“Mitch se puso en pie y se situó a espaldas del hijo de Kenny. El niño seguía con el juego, indiferente a la discusión que se desarrollaba en torno a él, con los ojos miopes pegados a la enorme pantalla y moviendo de un lado para otro el joystick analógico. Mitch contempló un momento el juego, tratando de adivinar su sentido. Era difícil entender bien lo que pasaba. Parecía consistir en que Michael dirigiese a un comando espacial armado hasta los dientes a través de una ciudad subterránea. De cuando en cuando una interminable variedad de criaturas de horrible aspecto aparecían por una puerta, salían del ascensor o caían por un agujero del techo con intención de matar al protagonista. En ese momento estallaba un feroz tiroteo. Mitch miraba el pulgar de Michael, que pulsaba furiosamente un botón en la parte superior del joystick, para activar un lanzallamas de flujo continuo en forma de sierra mecánica que despanzurraba a las criaturas a medida que iban apareciendo y esparcía sus restos por todos los rincones de la pantalla. Los dibujos eran soberbios, pensó Mitch. Las heridas causadas a las criaturas eran de un realismo extremo. Incluso demasiado realistas para su gusto: grandes fragmentos de intestinos se proyectaban contra la pantalla y luego desaparecían lentamente dejando anchos rastros de sangre. Cogió la caja que contenía el CD-ROM y leyó el título. El juego se llamaba Fuga de la fortaleza. Había otros juegos igualmente violentos en una bolsa que el chico tenía a los pies. Juicio final II. En el último momento. Intruso. En total, valdrían doscientos o trescientos dólares. Mitch se preguntó si serían adecuados para un niño de la edad de Michael. Se volvió. Probablemente, no era asunto suyo.”

El infierno digital
Philip Kerr