domingo, 20 de octubre de 2013

Arthur Rimbaud (1854-1891)


     En otro tiempo, si recuerdo bien, mi vida era un festín en el que todos los corazones se abrían, en el que todos los vinos corrían.
     Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas.  –Y la encontré amarga. –Y la injurié.
     Me he armado contra la justicia.
     He huido. ¡Oh brujas, oh miseria, oh odio, a vosotros ha sido confiado mi tesoro!
     He llegado a borrar en mi espíritu toda humana esperanza. Sobre toda alegría, para estrangularla, he ensayado la sorda acometida de la bestia feroz.
He llamado a los verdugos para roer, mientras perecía, la culata de sus fusiles. He invocado a las plagas para ahogar con la arena, la sangre. La desgracia ha sido mi dios. Me he tendido en el barro. Me he secado en el aire del crimen. Y le he hecho buenas trampas a la locura.
     Y la primavera me ha traído la risa abominable de cretino.
     Hasta que últimamente, creyéndome en mi último cuac, he pensado en buscar la clave del antiguo festín, donde quizás recobraré el apetito.
     La caridad es esa clave. -¡Esta inspiración prueba que he soñado!
     “Seguirás siendo hiena…”, etc., bramaba el demonio que me coronó con tan agradables adormideras. “Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales”.
     ¡Ah! estoy ahíto: -Pero, querido Satanás, te conjuro, ¡una pupila menos irritada!, y en tanto esperas las pequeñas cobardías retrasadas, tú que amas en el escritor la falta de facultades descriptivas o instructivas, arranco estas pocas páginas odiosas de mi carnet de condenado.

Ilustración: Retrato de Arthur Rimbaud – Jean Louis Forain (1872)
Texto: “Una temporada en el infierno” – Arthur Rimbaud (1873)