domingo, 22 de septiembre de 2013

Al margen de la moda social


Nadie conocía a Truffaut, salvo por sus airadas críticas cinéfilas en Cahiers du Cinema, cuando se alzó con el premio al mejor director en el Festival de Cannes de 1959, fue el pistoletazo de salida a la nouvelle vague que después acompañarían otros talentosos cineastas de vanguardia como Jean-Luc Godard y Eric Rohmer. Un cine que primaba la exploración de los detalles emocionales que transmitían sus protagonistas, reduciendo los diálogos a su mínima expresión, y la fuerza de unas imágenes preciosistas, que la cámara captaba con absoluta precisión, en detrimento de la ‘espectacularidad efectista’ del cine de consumo palomitero que llegaría años después y que lamentablemente se mantiene en el candelero; ningún mamporro de los que reparte el musculitos de turno en los actuales productos de consumo duele tanto como los que tuvo que soportar el lomo adolescente de Antoine Doinel. Sin embargo, curiosamente, el espectador de hoy en día se deja abofetear semana tras semana por la novedad de cartelera, pagando religiosamente su entrada y alimentando así una industria que cada día apesta más.
Yo ya no voy al cine, o casi, entre otras cosas porque hasta el mar de butacas me parece artificial.-

"Los cuatrocientos golpes” – François Truffaut (1959)