El primero de los que pringaban, ‘la madre’ lo llamaban, apoyaba la espalda en una pared de alguno de los edificios donde iba a celebrarse el duelo, el resto de su equipo de perdedores se colocaban, agachados en ángulo de 90º, con la cabeza entre las piernas del compañero precedente formando una larga hilera de lomos que se ofrecían generosos al salto triunfal de los contendientes del equipo rival. Pero, esto era un juego, y como tal, debías ser consciente de que podías perder y entonces se invertirían las tornas, así que la cosa estaba clara, ríete mientras puedas porque donde ahora las dan puede que más tarde se las tomarán.
Unos cargaban con el peso del gozo ajeno y otros disfrutaban del poder que suponía desplegarlo a lomos de su adversario: Churro, media manga, mangotero (así se llamaba este juego en mi barrio) ¡Adivina lo que tengo en el puchero! Tenías algo así como un 33.33% de oportunidades de ganar. Casi como en la vida misma, ¿no?
En catalán el juego se llama cavall fort.
En Cantabria se llama ¡Garbancito va!
En Galicia se llama Huevo, pico, araña.
En México se llama Burro Bala.
En Chile se llama Caballo de Bronce.
En francés, Papa vinga.
En inglés, Buck buck.