Para una mujer pintarse los ojos y, realzar así el
influjo de su mirada, podría ser un acto tan íntimo cómo el que puede
representar para un hombre afeitarse la cara con una cuchilla recién estrenada.
Debe pensar, ella, que la frialdad del cristal esmerilado no le va a conceder
la más mínima tregua a un hipotético fallo de precisión con su lápiz visual;
tampoco a él le va a perdonar una presión desacertada en el corte deslizado.
Ella llorará (sólo un poco) y él sangrará (sólo un poco),
ella retocará sus lagos irisados tantas veces como sean necesarias hasta
sentirse bella mientras él aplicará su loción favorita a ese rostro, ya sin
rastro de vello.
Esas miradas, las de ambos, siempre se buscarán más allá,
a través, de los espejos.-
Imagen: Geraldine Chaplin