lunes, 25 de marzo de 2013

Tierra y Libertad


Sería interesante resaltar brevemente la interminable historia que supuso la publicación de esta novela de Orwell tanto en su país, Inglaterra, como en el país al que retrata desde las entrañas o trincheras de su experiencia vital, España, antes de abordar la impresión que me ha causado esta lectura largamente pospuesta en el tiempo por un motivo tan claro y rotundo como inconcebible en cualquier sociedad moderna: la censura literaria. En el seno de la futura reina británica (1926 nace ella, 1938 la novela), God shave the Queen y afeite el mostacho de George, le costó la ruptura con su editor (un tal Golancz) bajo la manida y, muy actual etiqueta, de ‘políticamente incorrecto’ para fichar posteriormente por un equipo menor pero libertario (Secker & Walburg, a quiénes posteriormente les regaló, con dos cartuchos, Mil novecientos ochenta y cuatro); mientras que en España la publicó, salvajemente mutilada por decreto ley del ministerio de información, la editorial Ariel en catalán y castellano en su edición de 1970, que es la que ha prevalecido hasta¡2003!, sólo la entrada al siglo XXI y la conmemoración del centenario Orwell han podido rescatar del olvido la versión original del texto.

Periodismo literario en estado puro, Orwell oye de cerca los estruendos de las granadas defectuosas, observa con sus propios ojos a la muerte disfrazada de (R)evolución e intenta callar pocas cosas de las que suceden a su alrededor y asimismo a muchas bocas que tergiversan la historia desde la prensa (Inter)Nacional. Se nos alista en el cuartel Lenin de Barcelona en la primera línea del texto, aprovechando así para dejar clara su posición antifascista y marchando a luchar en primera línea del lado republicano en el frente de Aragón; vuelve al meollo condal, ya en la pág.112, con ese estigma sin escrúpulos que representa la experiencia marcada en el careto del que ha padecido el juego suicída de la falta de armamento aprovechable para salvar el pellejo, además de la crudeza del hambre: aquellas ratas como gatos y piojos como sanguijuelas, que merman la condición física de un hombre cualquiera hasta extremos inimaginables, grabada en el ánima de la retina; rapiñando hebras de tabaco y hembras de estraperlo (el amor en forma de esposa residiendo fielmente a su lado durante la contienda en el hotel Continental de la parte alta de las Ramblas; baja paseando un poquito más y piérdete en las callejuelas portuarias, George…). Es entonces cuando asistimos a la rabiosa transformación de una ciudad, de un tiempo y de un país, perdida en su revoltijo de porrón mestizo más que de botijo dictador, varada entre mares de siglas (POUM, PSUC, CNT,…), que lucha hasta la extenuación por una causa común entre ambos bandos, confusos y extasiados de áspero dolor: ¡Que acabe todo esto de una puñetera vez!

Eric Blair (el nombre real que se esconde bajo el eterno pseudónimo de George Orwell) regresó a casa con la impagable experiencia vivida y el proyecto futuro de mantener una conciencia saneada; además del recuerdo de una bala perdida que le atravesó el cuello dejándolo sin apenas voz hasta el final de sus días que lamentablemente sólo duraron cuarenta y seis años. Dejó así de asquearse ante la burocracia administrativa de las ventanillas, dando fe de vida donde asomaba el crepúsculo fallido de las fronteras europeas; y así fue como quiso contarlo a sus lectores, mediante la escritura de sus impresiones personales sobre lo que realmente sucedía en España, centrándose en cómo eran los españoles de entonces, los catalanes, los ciudadanos cualesquiera de una guerra común, hermana, humana y hasta puede que al final hubiera hallado la solución: aunque dejándola para… ¡mañana!.-