Más de un futuro lector podría sorprenderse ante el estudio de mercadotecnia que pretende hacer la autora sobre las condiciones laborales de la mujer en la sociedad moderna, entrar en esa perfumería pestilente donde lo que ocurre más allá de las cortinas rojas que separan el mostrador de cosméticos de la trastienda del sarao empresarial podría herir la susceptibilidad de toda aquella mujer digna y trabajadora; felicidades para el día de mañana y mucho ánimo ante el maltrato que sufrís por parte del lobo disfrazado con piel de carnero que pueda ser vuestro jefe en la actualidad. La injusticia divina queda bien reflejada (mejor en la edición de Anagrama que he leído yo) en esa estupenda ilustración de portada: ‘Pornokratés’, Félicien Rops, 1878.
Una novela original, a la que no se le niega el valor de pretender serlo, sobre el universo urbano de una gran ciudad, en este caso esa que siempre nos quedará en la memoria cuando todo lo demás estalle en mil pedazos (el pasaje que acontece en el Pont Neuf me parece de lo mejorcito de la novela), con cierto sentido del humor negro (no demasiado despiadado, ni incisivo, en situaciones que lo clamaban a gritos), y una prosa ágil y directa aunque carente de fuerza narrativa e incluso repetitiva en algunos tics de estilo (esa coletilla de ‘Por así decirlo’ que pronuncia la mujer cerda hasta la extenuación ha conseguido sacarme de quicio); todo ello conforma un pastiche que pretende ser rompedor y se queda a las puertas de la insurrección con el cóctel molotov en la mano escondida… y detenida por la Policía del Pensamiento. Recomendado a misóginos recalcitrantes (digna de análisis la autoflagelación de la autora en una novela escrita por una mujer) y amantes de la zoofilia en sus distintas versiones; y francamente desaconsejada para… repartidores de pizza.-