domingo, 18 de noviembre de 2012

Había una vez un circo...


Oficialmente se llamaba Emilio Alberto Aragón Bermúdez pero todo el mundo lo conocía como Miliki (1929-2012), el último componente que quedaba con vida de aquel famoso trío de payasos de la tele formado junto a sus hermanos Gaby y Fofó (no quiero olvidar, sería del todo injusto, a su hijo Fofito que ya debutó con ellos en 1968), todos ellos provenientes de una familia dedicada desde tiempos inmemoriales al mundo del circo, y que llenaron de risas muchos hogares de todos aquellos que fuimos niños de la transición en los años 70 o 80 del siglo pasado. Ahora los payasos suelen dedicarse a otras cosas: la política o a la banca por ejemplo y ¿CÓMO ESTÁN USTEDES después de disfrutar de ese espectáculo con su culo dolorido de espectador acomodado?, supongo que coinciden conmigo en que ya no les hace ni pizca de gracia la representación, mira tú que cosa: crisálida de mariposa…
Una vez agotada, agostada, la extraña magia que refulgía en aquellos lejanos tiempos blanquinegros, lo intentó desde el mundo de la canción tocando su acordeón, también en la producción discográfica, o en el cine e incluso creo que escribió un libro, aunque al perderle la pista no se yo si llegó a salirle del todo bien, en todo caso siempre trabajando que es gerundio…
Sirva esta pequeña reseña, no hay más grandeza que aquellas risueñas sonrisas que hicieron perdurar la ingenuidad, y la infancia eterna, de aquellos niños que gozaron con su pálido candor (The show must go on, que diría Freddy), para homenajear a los tres hermanos ahora que su recuerdo ya no es más que, eso,… polvo de estrellas.-


* Debería poner un video pero ya conocen ustedes la tonada y además estoy convencido de que a ellos les molestaría sobremanera que todas aquellas sonrisas tornaran en lágrimas. Hasta lueguito, Payasos.-

domingo, 11 de noviembre de 2012

Si hay que ir se va


Esto de los carteles electorales es un poco como aquellos seriales de cromos que coleccionábamos de pequeños, unos molan más que otros pero entre todos vienen a configurar esa especie de collage representativo de una misma historieta, la que supone completar el álbum social de un determinado lapso de tiempo: el que nos ha tocado vivir. Cuando engatusábamos a papá con la necesidad de un centavo de ilusión para comprar un lapicero con el que estudiar mucho y labrarnos un futuro o mismamente sisábamos con discreción una rubia peseta del negro monedero de mamá para correr al quiosco en busca de ese secreto sellado, lacrado con goma de borrar nostalgias, con que el sobre de estampitas nos abría nuevos caminos de conocimiento, ya fuesen futboleros, famosotes a la moda o aquellos de animalillos exóticos y otras rarezas de la existencia; sentíamos que desde nuestra condición de individuos únicos formábamos parte de algo colectivo; del mismo modo que esos inspectores de urna, controladores del voto ajeno, o como diablos quiera que vengan a llamarse; abrirán las papeletas recolectadas una vez finalizadas las elecciones catalanas del próximo 25 de noviembre para percatarse de que en el fondo es una putada que salgan tantas opiniones erróneas… y sobre todo: repetidas.
Estoy por el derecho a decidir si mi pequeño país quiere ser independiente y por supuesto aceptar lo que la mayoría de coleccionistas decida, también por defender todas esas necesidades sociales, pilares básicos de evolución colectiva, que tanta sangre, sudor y lágrimas costó conseguir. No estoy por la labor de cambiar de chaqueta a estas alturas de rebajas de doble fondo moral. Abandonar la esperanza de evolucionar al primer fascículo es como tener un álbum incompleto escondido en el fondo de un armario de una habitación largo tiempo cerrada. La llave para acceder a ese libro de colores no es otra cosa que el voto, el tuyo y el mío. Como siempre, y a riesgo de equivocarme, intentaré ser consecuente con mis ideales e intentar traspasar esa puerta perceptiva que da acceso a un, otro, mundo mejor.-