miércoles, 18 de julio de 2012

Anna de los Infiernos


Dejadme decir una última cosa antes de embarcarme en la travesía sin retorno que me conducirá hacia un tiempo, un país, al que nunca quise viajar. Antes de abandonar toda esperanza en la tierra firme de mi lugar de procedencia, quiero que sepáis que han sido las circunstancias que se sorteaban en la tómbola unipersonal del destino las que han decidido que mi número resultara des-agraciado con el apremio de visitar el averno… con todos los gastos pendientes de pago. Nada volverá a ser como antes, soy consciente de ello.

Paul Auster, todavía un ilustre desconocido, arrastraba un ligero equipaje en su bibliografía cuando escribió en 1987 esta espeluznante novela: La invención de la soledad (1982), Jugada de presión (que publicó también en ese mismo año naranjito con el pseudónimo de Paul Benjamin), y la inmediatamente anterior Trilogía de Nueva York en 1985-86. Con lo que esta novela podría tomarse como un reto personal de iniciación dirigido hacia público y crítica de un escribano en ciernes que acumulaba tal cantidad de rabia contenida, la furia del debutante que ha sufrido mucho para hacerse escritor (los muy aficionados consulten su reciente “Diario de invierno”) que no dudó un instante en realizar este triple salto mortal sin red que lo catapultaría al Olimpo de los grandes autores contemporáneos con una nota superior que en un futuro no tan lejano le iba a permitir acceder a la mejora de su propia marca personal.

Con una estructura narrativa sumamente original que utiliza el formato de única y extensa carta, 205 páginas de principio a fin, que la protagonista, Anna toma la pluma de Paul para ejercer de narradora, escribe desde ese misterioso país sin nombre a un destinatario que la vio partir en busca de su hermano William (personaje cuya aparición espera ávidamente el lector que sigue el transcurso de la acción y al que la pluma de Auster se niega a presentar en sociedad aunque sugiera en todo momento cual puede haber sido su triste final… o no); con un, desde ya, emergente talento para crear ficciones y explorar nuevas maneras de acercamiento al lector gourmet que aprecia las ideas extrañas, la novela engancha desde ese principio tan rompedor (que me ha recordado bastante la “Hambre” de Hamsum, escritor del que Auster siempre se ha considerado ferviente admirador), se sostiene en su parte central desde la aparición de Farr, y decae un pelín en ese final – no me hagáis demasiado caso en esta apreciación personal, entiendo que el The End pueda gustar a mucha gente- en lo concerniente a los hechos acontecidos en la Residencia Woburn...
El argumento transcurre en el apocalíptico y claustrofóbico ambiente que envuelve ese lugar donde sus habitantes inventan mil y una maneras de sobrevivir ante un futuro tan incierto en la negrura que se atisba en su horizonte como terrorífico en la manera en que la perdida de esperanza colectiva de evolución social sumerge al individuo racional en su estado más animal. Es entonces cuando empezamos a conocer una serie de personajes realmente interesantes (Samuel Farr, sobre todo, y ese asunto que consume toda su energía, Boris Stepanovich, Isabel, o el Sr.Frick; aunque tampoco me gustaría olvidar a Ferdinand, un chiflado que caza ratones, se los come, y con los huesecitos construye mástiles de vela para sus hermosos barcos en miniatura que después introduce en botellas de vidrio…); aunque todos ellos estén a la sombra de Anna Blume, quizás con un exceso de protagonismo, a la que Auster, siempre tan estupendo retratista de personajes masculinos (ese Quinn que sale en algunas de sus novelas y que tiene su guiño aquí también, Walt o el Maestro Yehudi de Mr.Vértigo…) concede el privilegio de llevar todo el peso de la obra, componiendo el que posiblemente sea su mejor personajes femenino hasta la fecha, que aunque me queden pocas de sus novelas por descubrir, soy consciente de que… todavía podría estar por llegar.

Disculpadme si esta carta con formato de reseña literaria no llega jamás a destino, que no es otro que el de recomendar a toda aquella persona pendiente de descubrir al Auster primerizo la lectura de esta novela, en el fondo sólo quise decir que ese país imaginario; veréis que no tanto, y no sólo por esa extraña cualidad del autor en hacerte creer cualquiera de sus ficciones por enrevesada y metafísica que parezca su trama sino por la metafórica y sorprendente asimilación mimética con otros estados postmodernos actuales, países gobernados por políticos tan incompetentes como corruptos; ese país que agota sus últimas reservas de despropósito me recuerda poderosamente a… ponedle vosotros mismos el nombre, y sobre todo no dejad que os atrape la rueda de su despropósito. Huid, huid malditos, ahora que todavía estáis a tiempo de ser libres.-