martes, 12 de junio de 2012

Crímenes del futuro


Esta es una de esas obras en las que aparentemente no ocurre nada, donde no encontramos un argumento definido entre sus líneas sino una incógnita por resolver; si exceptuamos todo aquello que le sucede a nuestro único protagonista y como consecuencia de ello el descubrimiento de todo ese complejo microcosmos que gravita a su alrededor en ambientes que Hamsun intercala en la narración con suma maestría, tanto cuando nos movemos entre espacios cerrados, viciados y sumamente claustrofóbicos (habitaciones de alquiler), como cuando salimos al exterior a buscarnos la vida, básicamente porque tenemos hambre de existencia.

Como lectores que traspasamos el umbral de la dolorosa experiencia que supone ponernos en la piel del protagonista, nunca se cita su nombre así que vamos a llamarlo ‘Ninguno’ en todo caso cada cual puede bautizar al individuo con su propio nombre si ese es su deseo, yo no lo haré para no sentir el peso de la vergüenza ajena sobre mis espaldas; firmamos voluntariamente el ingreso en la novela y aceptamos todas aquellas vicisitudes que puedan acontecer en el trascurso de esta odisea del espacio temporal. Conocemos, eso sí, como una de las escasas concesiones del autor al público lector, el lugar en que transcurre (la ciudad de Cristianía, a la que conocemos mejor por su actual nombre: Oslo; y a la que reconocemos por las nomenclaturas de calles, plazas, etc, que aparecen en la novela…), y también el momento histórico en que transcurre: 1890. Llamando desesperadamente a las puertas de la percepción del Siglo XX.

Nuestro protagonista es escritor, o así se nos presenta en una sociedad sumamente individual, la que se desarrolla en su mente, escribe artículos que no le ha pedido nadie e intenta colocarlos en los periódicos de la época, es tan jodídamente bueno que a veces cuela alguno de ellos con lo que consigue unas pocas coronas (de espinas) que le sirven para mantenerse en pie… y continuar escribiendo. El problema es que Ninguno cada día está más débil porque las punzadas del hambre le han agujereado los bolsillos de sus raídos pantalones. Y si no come no puede escribir, y si no puede escribir su vida carece de sentido. Aún así, toma voluntariamente un sendero sin fin que le conduce a vagar sin descanso por las calles de la ciudad en busca de ese indefinido deseo de grandeza que bulle en su interior. Incluso coquetea con una señorita, pero apenas le quedan fuerzas que malgastar ni siquiera para levantarle las faldas a la musa que podría haberle servido como inspiración. Ninguno duerme en los fríos bosques que rodean esa ciudad nórdica abrazado a una esperanza que se le escapa entre las costuras de los sueños. Ninguno pierde la razón pero conserva una dignidad de valor incalculable (hermoso ese pasaje en que regala una pequeña herencia a un pordiosero necesitado, ya que su ambición es más espiritual que material). Ninguno se desespera cuando aparece la paranoia de la locura para jugar una partida de supervivencia con él. Ninguno quiere ser reconocido como un creador superior y codearse con la naturaleza del arte… Ninguno es un ser frustrado.

Dividida en cuatro partes que tan solo suponen un breve descanso donde aposentar el punto de libro para que se alimente de las migajas que Hamsun te deja en su afán de grandilocuencia, ya que apenas cambia el sentido ni la dirección de la trama sino para que el autor nos deje bien claro que este asombroso debut tiene marchamos de clásico de la literatura por la voracidad con que sus letras te van mordiendo el alma, esta novela (que supuso el debut del autor) merecería mucha mayor difusión de la que ha tenido de no haber sido por la turbulenta vida privada de su autor: sorpréndase ustedes mismos del estudio de la biografía de un autor que ya de viejo se convirtió al fascismo durante la segunda guerra mundial, de hecho le entregó la medalla que obtuvo por el Premio Nobel de 1920 a Joseph Goebbels en una reunión de amiguetes a la que no faltó el propio Hitler. Sin comentarios.

En defensa de la cultura; el hambre, la voracidad de conocimiento que tenemos como lectores, nos lleva a veces a comer… “cualquier cosa”. Este es un manjar especial, no nos vamos a engañar, a pesar de los condimentos de los que se adereza. No apto para estómagos sensibles, muy recomendable para mentes sin prejuicios.-

sábado, 9 de junio de 2012

Tal Winkelfeld

De los vivos, posiblemente sea el mejor guitarrista en activo. Y como me jode que sea tan poco valorado. Los muertos, con Hendrix a la cabeza, esperan impacientes su llegada al Olimpo de la Eternidad para tocar junto a él. Dicen que ya no quedan entradas, y que en la reventa algunos hasta venden su alma al Diablo Musical para poder asistir a la futura velada…
Mientras tanto, Jeff invita a jóvenes músicos a tocar junto a él para que la memoria del tiempo no borre jamás la esencia que desprenden los acordes de una buena canción.
Ladies and Gentleman: Al bajo, la Srta. Tal Winkenfeld, australiana de 26 años para más señas, en su curriculum además de esta sobrecogedora colaboración con Jeff Beck ha tocado con gente de la talla de Eric Clapton, Wayne Shorter, Chick Corea, Herbie Hancock, Steve Vai, Alman Brothers Band…