domingo, 4 de septiembre de 2011

El único y brevísimo instante de la salvación


(Como no me gusta el cartel que ha elegido la distribuidora para promocionar la peli, algo inusual en todos los carteles de Almodóvar que por cierto me encantan, pongo este alternativo que he encontrado en la red y me mola más, pago mi entrada al cine y escojo la decoración de mi escrito eso es todo…)

Provocador de filias y fobias a partes iguales, no cabe duda de que Pedro Almodóvar es un director con un estilo particular propio y cada vez más atrevido en sus siempre arriesgadas propuestas.
Esta tibia piel de celuloide, fría o caliente según la caricia del espectador, podría colocarse en mi opinión en la parte alta de su curriculum cinematográfico (unos peldaños por debajo de sus grandes obras maestras y bastantes escaleras por encima de sus cintas menos logradas). Un salto de calidad con respecto a sus últimos trabajos en todo caso, lo cual me parece una buena noticia. Venga, tres estrellitas de cinco…
Apuesta kafkiana apoyada en una novela (“Tarántula” de un tal Thierry Jonquet), de la que el genio manchego reescribe un guión plagado de homenajes a los grandes maestros del cine en todos sus géneros y tiempos, desde Hitchcock a Buñuel pasando por Fritz Lang, la inolvidable estética de la factoría Hammer y los delirios kitsch de directores italianos de terror como Darío Argento o Mario Bava; pero a la vez con su inconfundible toque personal, frikadas made in Almodóvar marca de la casa incluidas.
La puesta en escena (esta vez los títulos de crédito vienen al final acompañados de una maravillosa pieza de su músico habitual: Alberto Iglesias, así que se recomienda no levantar el culo de la butaca hasta el the end) nos sitúa en una extraña y aislada mansión localizada en la provincia de Toledo, donde transcurre gran parte de la trama, bautizada con el castizo nombre de “El Cigarral”. En ese momento un coche atraviesa su amurallada entrada conducido por el prestigioso cirujano plástico Robert Ledgard (un contenido y estupendo Antonio Banderas en un papel que le puede reportar más de un premio gordo de interpretación), nos colamos tomando el rebufo de su rueda y observamos las estancias de toda la finca de la mano de un director que se luce en ese minucioso cuidado de todos los detalles que caracteriza la mayor parte de su decorosa obra (deléitense perversamente con el desfile de cuadros, vestidos, mobiliarios, utensilios varios… etc); y así conocemos a los otros dos habitantes de la primorosa morada: Marilia (Marisa Paredes, segura en cualquier registro que le toque interpretar) es una especie de misteriosa ama de llaves que encierra más de un secreto que iremos conociendo durante el metraje; y sobretodo esa deliciosa criatura andrógina llamada Vera (Elena Anaya, poseedora de una turbadora belleza gótica), un triangulo siniestro que irá estirándose durante dos horas, haciendo cada vez más afiladas las aristas de su trama, y diseccionando desde todos los ángulos posibles del pasado, siempre presente, al que el director recurre con un par de acertados flashbacks, hasta llegar a un drástico y contundente final, tan irreversible en su sequedad como salvaje en su resolución, que consigue disfrazar de inevitable la parte más salvaje del carnaval de los sentidos: el tacto del alma humana.