miércoles, 23 de marzo de 2011

Zigzag


Este es un tema especial en la discografía de Bunbury. Y lo es porque se la dedicó a su hermano mayor, Rafael, que murió apuñalado una fatídica noche del siglo pasado en una discoteca de Cambrils (Tarragona), donde veraneaba la familia todos los años, en una de esas reyertas sin sentido que a veces reflejan las páginas de sucesos de los periódicos. La historia es la de siempre, y la tenemos bien sabida, gente joven que va a pasárselo bien y acaba la fiesta en el cementerio unos días después. Puede que la vida sea bella, pero en ocasiones un velo de tristeza no te deja disfrutarla en todo su esplendor…
En cuanto a la canción en sí, incluida en el “Flamingos”, me parece preciosa en toda su extensión, desde esa letra tan pura y maldita a partes iguales (impresionantes esos frágiles falsetes de voz que cuando parece que se va a romper acaban atronando en rabia desbocada) hasta el acompañamiento de toda la banda, con mención especial para el fabuloso violín de Ana Belén Estaje, que a mí me encanta.
Son muy pocas las veces que la interpreta en sus conciertos, esta si no me equivoco es la versión que hizo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (donde se grabaron, entre otros, dos grandes “Básicos”, aquel inolvidable de Antonio Vega y el que nos ocupa), así que buena es esta versión para una etiqueta que hacía tiempo que no tocaba, aunque la imagen no sea del todo nítida el sonido es casi perfecto.
San Cosme y San Damián, impresionante por cierto la historia de estos dos santos ya seas ateo o creyente, hace referencia a una ermita en la provincia de Huesca donde subían los hermanos adolescentes de cuando en cuando con una guitarra al hombro y una mochila cargada de sueños.
Llegados a cierta edad en este juego de la vida, las personas somos como flores marchitas donde cada año es un pétalo que el viento que sopla cada vez más rápido nos va arrancando inexorablemente, por eso nos resulta tan doloroso aceptar que el destino mutile de cuajo aquellas flores que lucen lozanas sin haber alcanzado todavía el máximo esplendor de la juventud. Siempre vulnerables ante la adversidad de un final precipitado.

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