Pero me temo que esto solo es una especie de envida sana y de admiración hacia el gran elenco de actores que participan en la función, madre mía que recital, y es que a parte de esa ilusión que uno puede experimentar viendo algo tan grande, hace falta muchísimo talento y un gran amor a las tablas para componer algo semejante…
La familia Weston arraiga sus ramificadas raíces internas, como podridos cordones umbilicales, en algún lugar perdido de la América profunda; habitando una casa exterior tan grande como desolada, alejada de vecindades, antiguas tierras conquistadas por el hombre blanco en detrimento del pueblo Cherokee que moraba el actual estado de Oklahoma, allí se alza esa mansión familiar, entre cuyas paredes transcurre toda la acción, y por donde se mueven los personajes en un esplendido decorado que representa todas las estancias de la casa de tres pisos abierta en canal vertical, para que podamos husmear desde nuestra butaca, a nuestras anchas como si estuviéramos en la misma 13 Rue del Percebe con sus paredes desnudas para que te hagas una idea, entre las miserias de una gran familia que de tan tradicional da asco en su hipócrita convencionalismo y donde todos y cada uno de sus miembros luchan denodadamente por acercarse a los demás y sobretodo por que esos otros compartan su soledad con ellos y se solidaricen con su pobreza espiritual.
Agotadas todas las localidades en un recinto impresionante como es el TNC, en mi caso debutando como espectador en esta sala, la obra se estrenó el pasado 25 de noviembre y estará en cartel hasta el próximo 30 de enero, aunque no me extrañaría que alargaran la función dado el tremendo éxito de crítica y público. Dejar constancia que la cosa dura 3 horas y 10 minutos y se divide en tres actos (el mejor el segundo, en mi opinión), con dos entreactos de 20 minutos cada uno, que vienen de perlas para tomarte un café, comerte un bocata, o fumarte un cigarrito en la zona exterior habilitada al efecto: Chapeau para los responsables del TNC.-