sábado, 11 de diciembre de 2010

La niña del abrigo rojo

Hay momentos en la historia del cine, también en la historia de la humanidad, que jamás deberían caer en el olvido. Esta escena solo es una de las muchas que salpican esta extraordinaria película rodada íntegramente en un fastuoso blanco y negro: la presencia fantasmal de la niña del abrigo rojo que recorre las calles del gueto de Varsovia 1944 (creo, aunque no estoy seguro) durante la ocupación nazi, solo es una ínfima partícula individual que conforma un conjunto de dolorosa atrocidad, un símbolo de los millones de personas que sufrieron la caótica barbarie de la condición humana y que se refleja en la mirada de Oscar Schindler, que observa desde lo alto de una colina y toma conciencia, justo en ese preciso instante, del lado más oscuro de sentirse vivo, es un momento antológico el que se refleja en los ojos de Liam Neeson, su acompañante, e incluso de los caballos, que también tienen ojos aunque solo sean animales, como nosotros, y se encabritan nerviosos ante tanta desfachatez…


Pasados 30 o 40 minutos de esta escena, que ha quedado gravada en el subconsciente, asistimos impávidos a otro gran momento que desearíamos no haber visto: un carromato lleno de cadáveres apilados atraviesa la pantalla, probablemente con dirección a una fosa común; en lo alto del amasijo de cuerpos mutilados se observa un abrigo rojo coronando la montonera y unas manitas desvalidas que no encontraron asidero de justicia universal donde agarrarse (véase el cartel original del film donde una mano adulta agarra con mano firme, que no dura, una mano infante, que asoma de un abrigo de color… rojo); has visto mucho hasta aquí, verás mucho después, pero esa otra escena va a hacer que vuelvas a verter lágrimas de esas que surgen del alma ancestral, allí donde anidan los sentimientos, lágrimas rojas.-