martes, 17 de agosto de 2010

Delirios de una tarde de verano


Hace ahora 35 años que esta película arrasó en las taquillas de todo el mundo. Abriéndose paso a dentelladas en el mundo del cine, y con muchísimos problemas en su rodaje, un joven director de 27 años llamado Steven Spielberg adaptó a la pantalla grande la primera novela de un tal Peter Benchley, ambos dieron el gran golpe y podrían haber vivido de rentas el resto de sus días, afortunadamente el director siguió rodando magia hasta nuestros días…
Spielberg eliminó un poco de pescadilla de la novela (por lo visto la mujer de Roy Schneider no tenía bastante con su marido y se lo montaba con Richard Dreyfuss), para centrarse en toda la carnaza que le brindaba el “escuálido” escualo. Empezando con la primera víctima, Susan Blacklinie, a quien le ataron dos largas cuerdas a un arnés mientras Spielberg filmaba desde la playa (por cierto, la de Martha´s Vineyard que fue donde se rodó y no otras que intentan beneficiarse del mordisco económico, hay que ver como somos vendiendo mentiras, ya mismo te encuentras un rótulo en la playa de Marbella con la inscripción: “Aquí se tomó una cañita la señora de Obama, que me van a perdonar pero no recuerdo el nombre), pues bien, decir que la cara de dolor de la moza en esa escena es real porque le habían roto una costilla, que duro es abrirse paso en la meca del cine, ein? Jejje


Sobre el bicho mecánico, decir que hacían falta 14 personas para manejarlo, y como fallaba cada 2x3, o no pirulaba o se les hundía el cacharro al fondo del mar, decidieron darle un toque Hitchcock, en mi opinión un gran acierto, sugiriendo su presencia y añadiendo grandes dosis de suspense a la peli…
Pero hay una escena que siempre me gustó mucho, y no es otra que el monólogo de Robert Shaw, ese inolvidable capitán Quint, donde explica cómo los naúfragos del USS Indianápolis (el barcazo americano que transportaba la bomba atómica que posteriormente arrasó Hiroshima y que hundieron los japoneses el 29 de julio de 1945), fueron devorados por los tiburones. Aquella experiencia convirtió al personaje de Quint en mercenario del océano. Dicen que Shaw, que tenía problemas con la botella, no pudo rodar esta escena en primera instancia, ya que por lo visto en pleno delirio alcohólico acabó mezclando la historia de los tiburones con su vida personal… De madrugada, llamó a Spielberg implorando que le dejara hacer una segunda toma. Rayando el alba del siguiente día lo volvieron a intentar, le salió a la primera.-