domingo, 25 de abril de 2010

Integro y consecuente

Luis Tosar quiere que sus interpretaciones inviten a reflexionar sobre los problemas de una sociedad que le parece injusta. Su último papel, el temible preso Malamadre de Celda 211, le ha
valido un Goya y el reconocimiento por parte de sus colegas como mejor actor del año. Tosar cree que quedan temas pendientes, como la emigración, sobre los que el cine aún tiene mucho que decir.


Tras convertirse en un maltratador en Te doy mis ojos, ha vuelto a mostrar la parte más salvaje del ser humano en su papel de preso en la exitosa película de Daniel Monzón Celda 211. ¿Es intrínseco al género humano ese lado oscuro y temible?
Supongo que todo el mundo tiene una parte mala, algo de instinto
muy primario que es común en todos los seres humanos. Algunos lo sacamos de una forma más lúdica y otros de un modo más cruel en su relación con los demás. Yo procuro sacarlo en mi trabajo como actor. Creo que no hay forma más sana de hacerlo.

¿Ha conocido la violencia fuera del mundo de la interpretación? ¿La ha tenido cerca?
Yo crecí en un barrio de nueva formación en Lugo que era un poquito peculiar, con bloques nacidos en medio de la nada. Cuando nos fuimos a vivir allí, yo tenía dos años, la casa estaba rodeada de huertas y empezaban a urbanizarlo. Se puede decir que la ciudad no llegaba hasta aquel lugar en el que se juntaba lo mejor y lo peor de la sociedad lucense de ese momento. Durante años hubo mucha delincuencia, muchas familias de poder adquisitivo bajo, y ocurrían cosas. Recuerdo que una vez los vecinos se liaron en una pelea y tuve que meterme para pararlos. Incluso había cuchillos. Creo que es la cosa más osada que he hecho en mi vida.
¿Salió ileso?
Por suerte, sí. Era la típica historia en que el padre está encabronado con el novio de su hija, la niña se quiere ir de casa, viene el novio a buscarla y se arma. Mi madre, mi hermana y yo estábamos al lado y oíamos los gritos. Los conocía a todos y se estaba liando dura. Con toda la osadía de los 17 años, me fui para allí y logré parar la pelea. Cuando vi un cuchillo por en medio me dije: “Dios mío, dónde me he metido”.
¿Hubo más broncas?
Sí, era un barrio raro, en el que tenías que buscarte la vida. Al macarrita, enemigo de todos los chavales, lo llamábamos Mazinger, porque era la época de aquel personaje. Como era mucho mayor que el resto, era quien imponía la ley.
¿Sus amigos no eran peligrosos?
No, los amigos más macarrillas empecé a conocerlos después. En el caso de Celda he tirado mucho de contactos, de amistades, de gente que ha estado en la cárcel y a la que yo ya conocía porque ha ido apareciendo por casualidades de la vida. Luego yo tuve bastante contacto con la cárcel porque mi hermana, que es maestra, había hecho teatro en centros penitenciarios. Después tuve con un grupo una pequeña productora de vídeo, hacíamos cortometrajes y habíamos ido a exhibirlos en algún centro. Siempre tuve contacto con ese mundo y ahora lo he ampliado para preparar la película.¿Qué ha aprendido de la cárcel?
Que hay menos malos de lo que parece. Lo que hay es mucha gente que ha cometido errores muy tontos. Yo he hablado con un montón de psicólogos y educadores y ves que hacen un trabajo maravilloso porque hay gente que no son delincuentes, pero que ahí dentro acaban siéndolo. Y eso es muy palpable. Está muy bien la utopía de la reinserción social. Pero el porcentaje del éxito es tremendamente bajo. Porque es muy difícil no malearte cuando estás encerrado. Eso requiere un trabajo diario, y hay gente que lo consigue, pero la mayoría no.
¿Hay algo que cambiaría con urgencia?
Creo que determinados delitos no deberían penarse con cárcel. Como los de conducción. Las cárceles se están masificando en buena parte por eso. Conducción temeraria, imprudencia, todo lo que usted quiera. Pero ese es un error que puede cometer cualquier persona. Nadie está libre de que un día se le vaya un poco la mano con dos copas y pueda causar un accidente. Eso no quiere decir que seas un delincuente, sino alguien que ha cometido un error muy grave. Debería haber lugares sustitutivos, que no fueran exactamente cárceles, donde se pueda realizar un trabajo social o un servicio a la comunidad.
¿La violencia no está, jamás, ­justificada?
La violencia no debe estar, a priori, justificada. Entiendo que alguien reaccione con violencia ante determinados actos. Si un terrorista mata a tu hija, lógicamente es normal que quieras matarlo, pero no puedes justificarlo. Por supuesto, desde un Estado no se puede justificar jamás, y creo que desde una sociedad tampoco. A escala personal, que uno tenga ganas de matar en determinadas ocasiones me parece lógico porque hay desgracias que sacan lo peor de ti. Puedo entenderlo, pero no puedo aprobarlo ni justificarlo. Para eso está la ley.
Antes del rodaje mantuvieron un vis a vis con un preso histórico. ¿Tuvo la sensación de llegar a conocer a aquel hombre?
Fue muy esclarecedor saber cómo es el pensamiento de un tipo que lleva 20 años en la cárcel. Él decía que allí dentro la psicosis es el estado habitual de las cosas. Nos contó que cuando eres el líder vives en constante paranoia porque todo puede torcerse aún más. No sabes si el tío que tienes delante se va a chivar o si quiere estar en tu lugar. Tienes diferentes tratos y has de mantenerlos, y eso es un trabajo diario. Aquel tipo había recorrido prácticamente todas las cárceles de España y en cada nuevo centro tenía que medirse con el que fuera el jefe o con los que quisieran serlo. Era un Malamadre y no sabía por dónde le iba a venir, por eso su apariencia física era de tensión.
El nombre de aquel preso no aparece en los títulos de crédito de la película. ¿Tan gordo fue lo que hizo que deben preservar su anonimato?
Si, muy gordo, por eso lleva tantos años en la cárcel. Tiene muertos en el armario. Pero entró con 20 años y, después de haberse fugado, de haber liderado motines, secuestrado a funcionarios y haber hecho todo tipo de fechorías, ahora es un tipo encantador y está en otro viaje, intentando conseguir el tercer grado. Recuerdo que me dijo: “Desde que entré, mis ojos estuvieron siempre en la calle. Y siguen estándolo, lo que pasa es que sé que la manera en que lo hacía antes no sirve. Ahora sé que la violencia no me va a llevar a la calle”. Tiene educadores a su lado que están haciendo un trabajo espléndido. Y con reticencias, porque donde está ahora hay funcionarios de los que secuestró. Sólo tuvo un día de permiso en 20 años. En la calle lo reconocieron y volvió a entrar inmediatamente.
Tampoco Malamadre es tan fiero como aparenta. ¿Qué lo salva?
Tiene un código ético que conserva hasta sus últimas consecuencias, y eso es muy loable aunque puedas estar de acuerdo con él o no. Yo no lo estoy con muchas cosas de las que hace o dice. Es íntegro a su manera. Y logra traspasar las fachadas de las personas.
¿No le parece más malvado el maltratador de Te doy mis ojos?
Si, pero también porque el de Te doy mis ojos tiene menos armas para defenderse.
Mucha gente empezó entender lo que era el maltrato gracias a aquella película. ¿Cómo pudo plasmar con tanto realismo la violencia machista? ¿También la había presenciado antes?
No, no la había conocido de una manera directa, pero son mecanismos muy reconocibles. Yo creo que a poco que hurgues sabes cómo funciona. Nunca hablé con maltratadores, pero sí con víctimas. La directora, Icíar Bollaín, tenía muy explorados los mecanismos donde empieza a producirse el maltrato. Yo creo que todos tenemos una parte muy chantajista, de intentar llevar las cosas a nuestro terreno, en algunos mucho más marcado que en otros. En todas las relaciones hay algo que si lo dejas escapar se puede convertir en una relación de ese tipo.
Pero casi siempre es el hombre el que maltrata.
Sí. Además, el hombre está pasando en estos últimos años por una crisis de identidad. Se ha de adaptar a los nuevos tiempos, y algunos no saben o no quiere hacerlo. Yo creo que las relaciones violentas y de maltrato se manifiestan en muchísimas cosas que no tienen que ver ni siquiera con las relaciones entre hombre y mujer. Se manifiestan en las clases cuando somos pequeñitos. En el parvulario, en la educación básica, en el instituto. Hay continuamente relaciones así. Lo que pasa es que son menos evidentes o nos parece que son poco importantes, pero ahí está el germen de todo eso. Un tipo que es el tonto de la clase es alguien maltratado por sus compañeros, y los mecanismos son casi los mismos.
¿Qué rol representaba usted de niño?
He tenido varios. Fui el raro durante una temporada. Nunca me gustó el fútbol, y me interesaban otras cosas distintas a los demás. Era mucho más fantasioso. Yo quería ser aventurero. En Lugo, donde me crié, hay una muralla romana con 2.000 años de historia, por lo que siempre ha habido excavaciones arqueológicas. Eso lo he mamado desde pequeño, y siempre quise ser una especie de Indiana Jones que fuera por ahí viviendo aventuras.
Pero finalmente decidió vivirlas en la piel de otros.
Supongo que como una proyección de todo aquello que yo quería hacer cuando era pequeño y no podía, o finalmente no tuve arrestos para lanzarme a la aventura. Leía muchísimas novelas de aventuras, y la obra de Alberto Vázquez Figueroa me la tragué entera. Siempre soñaba con lugares fantásticos. Luego me di cuenta de que haciendo teatro era más sencillo, porque puedes
vivir otras vidas desde aquí mismo.

Recurre a personajes que conoce para ayudarse en sus interpretaciones.
Procuro que haya algo concreto a lo que poderme agarrar. A veces no aparece y es un poco mezcla. Has de crear un monstruito con un poco de este y el otro. Un batiburrillo. En teatro es menos necesario, porque eres más dueño del trabajo y hay más asideros. Estás ahí dentro y durante dos horas hay pocas cosas que te molesten. Pero en el cine el proceso dura mucho tiempo y está partido, por lo que necesitas imágenes concretas, una sensación, una canción, una frase o un gesto que te sitúen inmediatamente.
Para Celda 211 copió la voz de un amigo suyo. ¿Suele hacer muchas aportaciones para enriquecer al personaje?
Algunos se prestan más que otros. Tienes que ser muy humilde a la hora de construirlos. Es un ejercicio duro, todos tendemos a que tu personaje sea el más lucido, pero los hay que por naturaleza deben ser grises. El actor ha de decidir no anteponer su vanidad, porque el personaje no puede brillar más de lo que le corresponde dentro del conjunto de la película o la obra.
¿Cuál es su mayor virtud como actor?
Creo que tengo bastante clarividencia para ver las historias en su conjunto. Para ver cuál es el lugar que ocupa cada personaje. Eso no quiere decir que me salga bien, pero creo que soy consciente de hasta dónde se puede llegar y cómo hay que dosificar.
¿Y lo que más le cuesta?
Organizarme. Soy muy caótico para el trabajo y pierdo muchísimo tiempo. Tengo cierta intuición para llegar a la esencia de un papel, para ver por dónde tiene que ir, pero a la hora de construirlo me empiezo a perder por infinidad de lugares. Veo muchas opciones y me cuesta decidir un camino concreto. Trabajo mucho, pero con poca metodología.
No es casualidad que casi todas sus películas inviten a reflexionar sobre alguna de las lacras de la sociedad.
No lo es. Tengo la esperanza de que lo que hago puede servir para algo. Tampoco es que sea utópico, y no creo que una peli pueda cambiar la vida absolutamente. Aunque no siempre obtienes una gran respuesta. En Te doy mis ojos tuve reacciones, pero francamente esperaba más. De hombres he recibido muy pocos comentarios sobre aquella película.
¿Pero no duda que aportó mucho en la lucha contra la violencia?
Creo que aportó visibilidad y debate social sobre el maltrato, que ya es muchísimo. Pero no hay conciencia de lo gordo que es todavía el problema. Hay que avanzar en muchos terrenos, y no es que hayamos hecho mucho hasta ahora. Creo que hay un tema educacional en el que todavía no hemos entrado de lleno y es el germen, donde se están cociendo las cosas. Cuando ves vídeos de chavales que están grabando una paliza a otro, ves que eso ya es el problema. Estamos en una sociedad en la que se nos va todo de las manos. Donde internet es muy útil para algunas cosas, pero es incontrolable.
Ha tratado la violencia, el paro (en Los lunes al sol), la mezquindad entre los ejecutivos (en Casual Day) entre otras muchas cuestiones. ¿Qué otras problemáticas le gustaría abordar para contribuir a través de su ­interpretación?
Con la inmigración aún tenemos mucho que currar. Faltan unas cuantas películas que cuenten qué pasa en este país que ha cambiado tanto en los últimos quince años. Ya no es la España que creemos que era, sino un país conformado por un montón de gente que vino de fuera. Muchos no han nacido aquí, pero muchos otros ya sí. Y creo que ahí sí que hay lío. Cuando llega la crisis parece que se olvida que dejamos trabajos que no nos interesaban y ahora reclamamos como nuestros. Me parece lógico porque la gente está sin curro, pero no puedes reclamar lo que despreciaste en otro momento cuando otros sí lo hicieron. Y ocuparon ese lugar con toda la alegría del mundo.
Además de la crisis, el cine sufre la amenaza de la piratería. No siempre las buenas películas recaudan dinero.
Celda es una película muy barata y ha sido increíblemente rentable. La piratería está ahí: el otro día vinieron mis padres con una copia que habían pillado en el top manta. Estoy muy contento porque la reacción del público durante esta última temporada, con Celda o con Ágora, ha sido de ir a las salas a ver las películas. Hay algo ahí que fluctúa, y cuando las cosas funcionan, el público quiere verlas con buena calidad. Sé de gente que se la bajó de internet y luego le apeteció verla en el cine. No es tan sencillo como decir “vamos a sacar a esta gente de la calle y vamos a eliminar la piratería”. También hay allí un medio de promoción que, aunque no lo parece, sirve, porque se habla de la película, circula por ahí.
¿Hay solución?
Los tiempos ya están cambiando, y tendrá que haber una gestión de lo que se hace por internet. Nosotros podremos hacer películas si la gente que las ve en internet paga algo por ello; si no, no podremos seguir. Es triste que una película como Rocknrolla haya sido la tercera en descargas en el ranking mundial y no ganara un duro en taquilla. Es maravilloso que la haya visto un montón de gente, pero los productores no van a poder hacer otra película. Si la gente pagara unos céntimos o un euro por una descarga, ya sería otra cosa. Está muy bien democratizar, que haya cine para todos, pero es que el cine está conformado por muchos profesionales y hay muchas familias que dependen de ellos.
¿Han convencido a los espectadores españoles más escépticos de que en este país se hace buen cine?
Deles tiempo. Hemos vivido un año muy bueno y estamos todos muy contentos, pero también es verdad que Celda es una película de muy buena calidad, pero también muy bien pensada para el público. Es un gran entretenimiento. Pero puede existir un cine de autor mucho más íntimo, mucho más personal, que también tiene su público. El cine español es muy variado y cada uno debe tener su espacio. Lo que hay que hacer es verlo para poder opinar. La gente enseguida dice que el cine español es una mierda. Y cuando preguntas cuál ha sido la última película que vio, te dicen Roque III (Yo hice a Roque III, de Pajares y Esteso, 1980).
Ha participado junto a otros personajes conocidos en el proyecto Keep Walking, impulsado por John Walker, para ayudar a jóvenes anónimos que persiguen un sueño. ¿Se sentía identificado?
Es un proyecto que está en la línea de lo que estamos hablando. Tiene un sentido y es algo que se había hecho muy poco. Y menos últimamente, que parece que todo deba tener el premio inmediato y una repercusión masiva. Has de salir en la tele porque si no, no existes. Y esto va en la línea opuesta. Pretende recordar que las cosas empiezan muy atrás. En mi caso, cuando uno está fantaseando en el colegio sobre qué va a hacer con su vida. Y luego decides en un momento dado apostar por algo y vas avanzando pasito a pasito.
¿Tiene la sensación de que le ha costado mucho conseguir el reconocimiento que hoy tiene?
Tengo la sensación de que me lo he pasado muy bien por el camino, durante todo el trayecto, porque he mantenido siempre la ilusión de hacer lo que me gustaba. Es una fortuna con la que no mucha gente cuenta y has de ser agradecido. Afortunadamente, hasta ahora he podido vivir de lo que más me gusta. Pero eso no quiere decir que sea fácil. Yo nací en un lugar de Lugo donde no había nadie que fuera actor ni nada que se le ­pareciese.
¿Cómo lo encajó la familia?
Relativamente bien. Se lo veían venir porque yo empecé a hacer el indio bastante pronto. Establecí algún contactillo con el teatro amateur, estaba metido con un grupo que hacíamos pequeñas funciones para ancianos o discapacitados, algo de labor social. Yo siempre andaba metido en esas cosas porque echabas una mano y hacías algo que te gustaba. Mis padres ya se lo olían.
¿Qué hacían ellos?
Mi padre se dedicó absolutamente a todo en esta vida. Empezó como sastre y también fue panadero y trabajó en un bar. Siempre tuvo dos empleos a la vez para sacarnos adelante. Cuando la sastrería se fue al garete con las grandes superficies, le tocó reciclarse y empezó a hacer cortinas. Yo me iba con él a instalarlas por ahí. Esto cerró, y pasó al sector del automóvil y luego a la telefonía móvil. En medio hubo un momento de paro duro. Mi madre ha sido ama de casa desde que se casó, a los treinta años, con un hombre cinco años menor. Fue una mujer bastante moderna para aquel momento y muy independiente.
¿Qué aprendió de su madre?
Que la vida es muy alegre aunque no lo parezca. Mi madre siempre sonríe. Siempre está contenta. Y le puede ir la vida mal. Mire que le ha ido a veces mal de cojones, pero tiene algo ahí, una flecha que siempre apunta hacia arriba. Mis padres siempre se portaron muy bien conmigo. Nunca hubo trabas, un poco por ignorancia asumida. Ellos apenas estudiaron porque vivían en el campo. Yo estoy muy agradecido porque no quisieron enfrentarse a algo que desconocían.
¿Después de ser el chaval raro de la clase, cambió?
Me convertí en más gamberrete. En el instituto pasé a otra onda que tenía más que ver con el teatro y la música. Empecé a los 17 a cantar en algún grupo y sigo haciéndolo (en la banda de rock The Ellas) porque es una vía de escape muy interesante.
¿Y se volvió serio y formal?
Siempre fui muy serio y formal. Por eso me elegían delegado en clase. Toda la vida me ha tocado ser el responsable del grupo. En algún momento me ha llegado a molestar tremendamente tener que cargar con una responsabilidad que no era impuesta por mí sino por el resto. Son roles que vas adquiriendo sin proponértelo.
Acaba de rodar con Icíar Bollaín en Bolivia. ¿Otra película con mensaje?
Con mucho mensaje. Es una película combativa y trata de la colonización. Sobre la guerra del agua en Bolivia, la única guerra que ganaron los civiles. La verdad es que no puedo imaginar a Icíar en una historia que no sea combativa.
Y pronto, una de miedo, que rodará con Jaume Balagueró (director de REC), junto a su novia, Marta Etura.
No será una película en la que la gente sienta miedo, sino más bien de inquietud. La historia avanza por otros caminos.
No debe de ser muy agradable verle a usted enfadado.
Casi nunca me enfado. Me lo suelo comer yo solo porque muy pocas veces he tenido la seguridad de que tengo la razón para cabrearme. Siempre intento pensar por qué el otro ha actuado así y cuando me doy cuenta de que tengo la razón he perdido el impulso para cabrearme. Ya se me ha pasado. Pero cuando estoy disgustado se me nota mucho.

Fuente: Magazine - "La Vanguardia" - 25/04/2010