lunes, 8 de febrero de 2010

Reflejos

Siempre me han fascinado estos actores puestos en movimiento con cuerdecitas o varitas mágicas, manejados por titiriteros que actúan al aire libre escondidos tras las bambalinas de la timidez. Nosotros también somos un poco eso, aunque hechos de carne y hueso a diferencia de los muñequitos de madera y tela marinera.
Los charlatanes de feria que manejan los hilos del sistema, y que se amagan tras anónimos rostros, han conseguido deslumbrarnos con retales de retórica barata y discursos expresados en nombre de la evolución cultural, a la mayor gloria caduca de la figurita de chocolate salado servida en bandeja de latón y aderezada con el sabor perenne que otorga el gran carnaval de la condición humana.
Teatrillo de guiñoles que te guiñan un ojo amistoso mientras te clavan el puñal asqueroso de la discordia por la espalda. Esto es poco más o menos, lo que siento al observar, desde mi humilde, morada lo que se representa en las explanadas medievales (tú vales más que la media, je!), de las grandes comunidades virtuales, castillos infor(males)matizados, donde el público expectante aplaude atronadoramente en medio de un diálogo interesante que nunca me dejan escuchar del todo bien, allá donde la sonora carcajada estalla sin gracia haciéndome desgraciado porque interpreto seriedad en alguna escena de las que se representan; mientras los muñecos de trapo se esconden para estudiar su siguiente movimiento, apareciendo de nuevo en escena con hilillos de voz ausente para reclamar un poquito de nuestra atención. Céntimos de propina en la hucha de las vanidades. Un respeto al artista, y silencio por favor. Esto me llega más… mucho más. Nunca deberíamos perder la trágica sensibilidad que se le supone a nuestra humana condición. Hasta Lueguito.-



Kristof Kieslovsky – “La doble vida de Verónica” (1991)
B.S.O. - Zbigniew Preisner – “Les Marionettes”