viernes, 19 de febrero de 2010

Infinito emocional

Si en un combate de boxeo imaginario sentáramos en el rincón de la derecha a la ciencia y en el de la izquierda a las humanidades, probablemente todos nosotros nos decantaríamos por uno u otro adversario cuando quizás lo ideal sería observar la batalla desde la neutralidad, dejarlas a ellas (así en femenino, ya que todo parece indicar que el No future que vende el género masculino ya ha agotado todo su arsenal de ideas, y se va a escribir en letra rosa y redondita, adornada con bucles procreativos a partir de ya) que se den de hostias y se tiren del pelo, para después vitorear a la ganadora evolución, sin intentar intervenir para separar lo indivisible de la disputa.
Esto es un poco lo que uno siente después de leer esta demoledora obra, y es que desde la primera página te sube al ring de tus propias ideas elementales, con los calzones de la nobleza masculina bien ajustados en torno a la cintura, y empieza a atizarte sin concesiones por todos lados, uno intenta defenderse e incluso abandonar (esto es de cobardes, y más cuando te enfrentas a una obra maestra de la literatura), pero solo consigue dar puñetazos al aire viciado por todos esos tabús individuales que marcan nuestra piel sudorosa como tattoos de vergüenza, mientras busca instintivamente las cuerdas protectoras del vientre materno o del coño de peluche de nuestra convivencia (Que importante me parece el personaje de Janine, la madre que parió a esos dos monstruos de personaje que son Bruno y Michel, al igual que Annabelle o Cristiane, que son las mujeres que los soportan…). Con esta sensación de derrota irreversible, y sin emitir prejuicios de valor, intentas capear el temporal como buenamente puedes, o te deja la pluma de Houellebecq, esperando con ansiedad que la próxima embestida no te reviente los tímpanos antes de escuchar la campana redentora que te permita tomar aire en tu rincón de miedo antes de afrontar el siguiente asalto en forma de capítulo final.

Cuando mi compañera de viaje terr-astral, que quizás sea la única persona que tiene la llave que da acceso al interior de mi psique, me preguntaba hace poco aquello de “¿Qué te pasa, te noto muy raro estos días?”, mientras limpiaba con la esponja del cariño las múltiples heridas de mi alma atormentada, solo pude acertar a contestar: “es que el libro de Houellebecq me está haciendo mucho daño…”
Quedan ustedes avisados, no puedo recomendarlo a mentes frágiles, aunque me gustaría hacerlo, porque sin duda les puede destrozar su estancia en la vida, y no solo a las personas que andan paseando por la cuarentena de sus ciclos vitales rozando el ecuador de la existencia, que son los que resultaran peor malparados al caminar de la mano de estos hermanos coetáneos; sino a los que ya lo han traspasado e incluso a los que se dirigen desprovistos de inocencia veinte-treinta genária hacia su entrada en la edad adulta, adultera, sin vuelta atrás…
Abre la mente, abre las piernas, pon el lóbulo, pon el culo, e intenta no besar la lona antes de que todo acabe, porque en cuanto empiece la fatídica cuenta atrás: 10,9,8… es posible que tu estado comatoso no te deje levantarte de nuevo a lustrarle los bordes redondeados al cero del futuro clonado. Imprescindible.-