jueves, 4 de febrero de 2010

El francotirador de las letras

J.D. Salinger dejó de existir el pasado 27 de enero de 2010, de hecho hacía mucho tiempo que había dejado de hacerlo, al menos de cara al jodido mundo exterior, cuando decidió encerrarse a cal y canto en su mansión de New Hampshire durante más de 50 años, justo los que van desde la publicación (1951), y posterior éxito mundial, de su guardián entre el centeno, y algunos relatos cortos y artículos que andaban en edición o había publicado en diversos medios, acompañado de sus legendarias ventas: 70 millones de ejemplares en todo el mundo, que le permitirían vivir de rentas durante el resto de su vida. Legiones de lectores de diversas generaciones que se apuntaron a la rebeldía cínicamente incorrecta que supura esta colosal obra. 250.000 ejemplares, de libro y de persona que lo lee por año que transcurre, salvando el puente ideológico entre estos siglos que nos han tocado vivir, o digamos existir…
Nada ha trascendido sobre él autor durante este tiempo, apenas un par de fotografías y muchísima leyenda en torno a sus actividades y sobretodo a su vida privada, quién osaba traspasar los muros de su incomunicación autoimpuesta se encontraba con una querella en el buzón a la mañana siguiente. Más que respetable me parece perfecto que así sea, la privacidad pertenece al individuo y solo él tiene el derecho de divulgarla… a quién, y cómo, le plazca.
Entre tantas curiosidades que (in)conformaron su vida, y que recomiendo investiguen los amantes de la mitomanía, me llama poderosamente la atención lo que ocurrió una fría mañana del 8 de diciembre de 1980 en una librería de New York, cuando el perturbado Mark David Chapman entró a comprar un ejemplar de “The catcher in the rye”, y lo leyó de un tirón sentado en un banco de Central Park antes de dirigirse al colindante edificio Dakota para asesinar a balazos a John Lennon, escribiendo en esas paginillas en blanco que tienen los libros al inicio, reservadas a las dedicatorias o apuntes varios, antes de sumergirse en el placer de la lectura: “Esta es mi declaración” y continuó releyendo tranquilamente alguno de sus extraordinarios pasajes hasta la llegada de la policía…
En una de sus escasas apariciones públicas en una entrevista para The New York Times declaró Salinger: “Me gusta escribir. Amo escribir, pero escribo sólo para mi mismo y para mi placer”. Onanismo mental en su máxima expresión me parece a mí, en todo caso respetable decisión, ahora no quiero ni pensar en todas esas letras que han quedado escritas y que no me cabe duda que saldrán a la luz pública algún día, movidas por esos execrables intereses comerciales que el propio Salinger aborrecía…
En mi opinión, el autor vivió y murió (a Phoebe pongo por testigo de que no husmearé en la ultratumba de lo que su autor no quiso compartir) como decidió hacerlo, en plena libertad de elección, sin embargo nos ha dejado un personaje que ya está bañado en el aura de inmortalidad que merece, y cuya actitud rebelde e incomformista nos acompañará el resto de los días que nos quedan en el insondable reino de esta Tierra yerma: Holden Caulfield.

Siempre me han maravillado los artistas, sean de la disciplina que sean, que a modo de francotiradores, un único disparo preciso y directo en forma de obra inmortal, alcanzan la diana de la posteridad, no cabe duda que entre los escritores este es el ejemplo más notorio, ¿para qué escribir más? supongo que solo haciéndolo a modo de pasión individual, huyendo del entretenimiento colectivo, cabe la posibilidad de superarse a sí mismo... o morir en el intento.-