jueves, 21 de enero de 2010

Tim


Timothy Mc.Kenzie supo que algo iba mal cuando su mujer empezó a sacarlo a pasear más lo de lo normal, arrancándole de cuajo su tiempo de ocio casero, lo ataba a las puertas de los supermercados mientras hacía la compra en la que, eso si, nunca faltaban sus latas preferidas de Royal Canin, en sus diez años de matrimonio habían tenido momentos de todo pero en general siempre fueron considerados como una pareja ideal por parte de todos sus conocidos, ya fuesen familiares, amigos u otros especímenes que gravitaban a su alrededor.
Nunca supo decir a ciencia cierta cuando llegó a darse cuenta de la transformación, fue algo progresivo pero acelerado, que tuvo su origen en torno al tercer año de convivencia, cuando Timothy se vio obligado a dejar su empleo en el canódromo municipal al ser mordido en el cuello por un galgo rabioso una madrugada de domingo en que intentaba inyectarle al pobre animal, después de haberlo hecho con relativo éxito con el resto de la jauría, una dosis de tranquilizantes para que no arribara al día siguiente en primera posición a la meta de la fortuna, asuntos turbios de apuestas en las carreras; lo hizo porque Annabelle se lo pidió susurrando aquellas palabras con su carita de ángel:
- Cariño, esta es nuestra oportunidad de conseguir liquidar los préstamos acumulados, darle un empujón a la hipoteca y poder hacer este verano aquel viaje que siempre soñamos a España. ¿Recuerdas Tim, cielo, nuestros sueños por cumplir?
Ella tan recatada y sumisa, retorcida como una serpiente entre las sabanas de su propia cama marital, en brazos de Stuart Sucksby, aquel oscuro caballero que dirigía la empresa y que aquella noche fraguó el plan perfecto que posteriormente les dejó unas ganancias de 250.000 $ apostando, a todo o nada, una elevadísima suma a favor de Rintintín, un chucho escuálido que correría su último galope en pos del conejo blanco de plástico, antes de pasar a la reserva mortuoria de la perrera municipal, un cuarto de millón rebosando la chistera bancaria.
- Este mes necesito que trabajes los sábados por la noche, Timothy, estarás solo en las instalaciones y deberás seguir al pie de la letra las instrucciones que te facilitaré. Recuerda que cuando todo esto haya acabado podrás vivir de rentas el resto de tus días. Piensa en Annabelle, ella confía ciegamente en ti…
Fue un golpe perfecto a las carteras de los incautos solitarios, sedientos de gloria material, que aquel domingo soleado llenaban el recinto, estrujando nerviosos entre los dedos los boletos con la combinación mágica, ganador y colocado, dos perros entre ocho que partían de salida, parecía fácil como todos los juegos de azar… Silver Fight parecía el favorito, podría acompañarle Rochester o incluso Beauty Flower, tenían sus opciones Charming Cross, Bitternutt y Koolly Khun, meros figurantes parecían Lucky Star y Rintintín... Disparo de salida y rocambolesco trueno final de sorpresa en las gradas, papelitos de confeti rotos en mil pedazos para felicitar a la invisible pareja ganadora que ladraba de satisfacción desde su palco privado.
Timothy perdió su apellido en algún lugar de la última década que inauguraba este siglo XXI, ahora se llamaba Tim a secas, y movía el rabo contento cuando sus señores dueños lo sacaban a pasear. Annabelle y Stuart nunca tuvieron descendencia, de hecho tampoco volvieron a revolcarse entre esos mantos de pasión animal que los seres humanos convencionales llamaban sexo; tan solo Tim colmaba sus necesidades afectuosas con aquella extraña manera de hacerse querer, sumisión cuadrúpeda y carantoñas de postal feliz… Por eso nadie logró entender lo que ocurrió aquella noche en casa de los Sucksby tras una fiesta de postín impostada entre los vecinos de la lujosa urbanización donde residían, cuando Tim se abalanzó al cuello de su amo, mordiendo con saña entre alaridos que se apagaban, cuerdas sin recambio, allí donde acaba el vuelo de la oreja y empieza el nudo de la corbata.
Tampoco tuvieron tiempo de analizar lo que ocurrió, el día siguiente les traería nuevas emociones prefabricadas que sentir, asentir ante los designios del destino, a nadie le extrañó que volviera haber una mansión en venta en aquella zona de caudales turbulentos.
Annabelle voló hasta España como siempre soñó, con billete de ida y de vuelta de todo, dicen que se compró una pequeña casa con su calita privada en un lugar indeterminado a orillas del Mediterráneo, donde cada mañana antes de salir el sol se dejaba abrazar por sus aguas calmadas nadando durante media hora, mientras sus dos fieles perros le guardaban la ropa.-