viernes, 12 de noviembre de 2021

En mil pedazos de espuma

Ahora que parece ser que ya no está de moda el dogma, esa palabreja tan difícil de describir en su significado real, bueno sería recordar esta película del genial director danés Lars Von Trier, una historia sobre el horror de la soledad a que se ven abocadas personas que se atreven a romper moldes preestablecidos por sociedades conservadoras y adoctrinadas en caducos pensamientos anclados en la memoria universal. Retales de vida remendados por la mano nerviosa de Lars, que mece la cuna fantasmal de la conciencia humana mostrándonos el ambiente de los años 70 en una remota comunidad, siniestramente religiosa, de las Islas Hébridas (Escocia), trozos flotantes de tierra salvaje y escarpada, erosionada por la caricia de mil lluvias perdidas y el azote del implacable viento redentor, la ira de dios bañada en sus húmedos parajes, secada a la intemperie de la incomprensión. Bess (inmensa Emily Watson), jovencita pelirroja de ojos de caramelo que hablan sin palabras, infantil hada de sueños mutilados por los designios del destino, inocente criatura celestial abandonada a su suerte por algún dios borracho y apátrida de la mitología celta, carne sonrosada puesta en adobo de la vergüenza ajena, gorrito de lana y manos de porcelana protegidas en las empuñadoras estiradas del jersey dos tallas mayor; Bess-ame mucho y báñate esta noche en los delirios de la carne, como si fuera… la primera vez. Jan (ajustadísimo Stellan Skarsgard), infortunio perdido en tierra de nadie atado a las necesidades de la vida laboral, tic-tac de relojes de sal balanceados en las furiosas aguas del Mar del Norte, oro negro resbalando por los herrajes de sucias plataformas petrolíferas, musgo azabache que mancha los rubios cabellos de la dorada ilusión ficticia… si quieres llegar a mí tendrás que darte a los demás y después hacérmelo saber, tendrás que aprender a contar cuentos, relatos reales que conquisten mis neuronas. La particular relación entre estos dos personajes configura un microcosmos único en las ya de por sí complicadas relaciones humanas, el amor extremo llevado a sus últimas consecuencias, a contracorriente y pese a quien pese, lo asombrosamente extraño de la conducta de Bess, tan humana que duele sostenerle la mirada, nos da a entender que nada es imposible cuando se trata de llegar al fondo del pensamiento de la persona a la que amamos, la chica creyente de ideas encorsetadas se transforma en mártir, santificada por la diosa sexualidad reprimida y deprimida de todas aquellas personas que osan cruzarse en su camino de rosas con espinas, la puta del pueblo, el escarnio de los tiempos modernos, el coño mojado en fluidos rosas, pezones que apuntan al delirio universal, rayito de sol que resquebraja nubes despistadas, el viento que nos trae la respuesta, la imaginación que alienta el retorcido subconsciente del postrado Jan, el milagro en ciernes, el deseo de existir. Esta es una película difícil, una roca de afiladas aristas en la que aún puedes intentar moldear tu propia razón, o despeñarte contra ella desde el abismo de la incomunicación, pero merece la pena ponerse a prueba, atreverse a subir al barco oscuro donde los inquisidores de la moral, capitaneados por la diabólica mente del personaje interpretado por Udo Kier, actor fetiche en las cintas de Von Trier, esperan ávidos unas onzas de carne fresca para poner en funcionamiento la máquina amoral de los valores establecidos por democracias basadas en el poder de los más fuertes, que me temo siguen siendo los hombres, solo los tocados con el "don especial" de la virilidad masculina podrán degustar la barbacoa afeminada... y cansada de postular por la igualdad. Pienso en una de las inolvidables escenas de esta historia y me pongo a temblar; bajo la incesante lluvia los ancianos del pueblo visitan el cementerio, pisotean las tumbas de las mujeres, escupen y maldicen a todas ellas “por ser la causa de todas las desdichas del hombre en tan remoto paraje…”. Extrañas costumbres, rara especie la nuestra, que no aprende a vivir sin destrozar a los demás, ni siquiera a sobrevivir.-