miércoles, 18 de noviembre de 2009

De hojas y miel


Quizás sea este el más conocido de los besos en la historia del arte, aunque existen tantísimos que seguro que todos tenemos uno especial grabado en la memoria ya sea en películas, libros, cuadros, fotos, canciones o momentos íntimos. Hace relativamente poco me enteré que no fue un ensalzamiento del amor espontáneo, sino dos modelos que posaron ante la cámara del célebre fotógrafo francés, ¿algún problema?, para mí lo importante es lo que el autor quiso expresar a través de su objetivo, en una calle cualquiera de París, ciudad eterna.
Por lo visto, los estudiosos del tema enlazan el significado del beso con una forma de regreso a la infancia, en teoría la etapa más feliz de nuestras vidas (algo de lo que discrepo rotundamente, como opinión personal), siendo nuestro primer contacto con el amor el que procede de la boca cuando mamamos el pecho de nuestra madre, que nos proporciona el placer de la seguridad. Si viajamos más allá de las generaciones conocidas, donde caen las últimas hojas de nuestros árboles genealógicos, se sabe que nuestros ancestros alimentaban a sus hijos, intercambiando la comida masticada de boca a boca, justo como hacían los chimpancés, siguiendo las teorías de Darwin.
La atrayente prohibición de la fruta madura que podríamos relacionar con el sexo, y que se encuentra en esa coloración tan especial de los labios bucales... y el irisado rosa de los genitales, aquí no hay distinciones entre hombres y mujeres. Evolucionamos, y nadie sabe a ciencia cierta el como, donde y porqué se originó la costumbre de besarse entre semejantes. Y no creo que alguien se lo pregunte más allá de la curiosidad, el río de la vida sigue su curso, cada quién a su ocupación escribiendo la historia con cada paso que da sobre ella, nadie conoce a nadie en esa calle de París y el beso pasa inadvertido salvo para los dueños de ese instante.
La alquimia del sexo se consigue a través de la química del amor, donde se gestan los besos, y los labios que los dan representan una de las zonas erógenas más sensibles que conforman la perfecta maquinaria del cuerpo humano; transmitiendo a los centros de placer del cerebro miles de neuronas sensoriales con ganas de iluminar nuestra gris (sin esta expresión de entrega incondicional) existencia.
Por eso creo que no deberíamos desaprovechar la oportunidad de ofrecer nuestros besos a quién nos apetezca, siempre que los consideremos dignos de nuestra atención, desde amigos a seres queridos, pasando por mejillas desconocidas que quizás reconozcamos como cómplices del futuro, dicen que estos pequeños regalitos son capaces de iluminar la más triste de las frías mañanas otoñales.
Esto no es una pose, pese a quién pese, pase y no me pise, que estoy besando al beso que puse en su ausencia. Fogonazo de flash. Esta tontería, última frase con la que siempre intento redondear los huevos escritos, es lo que me inspira a mí la foto de Doisneau…