viernes, 30 de octubre de 2009

El misterioso mundo interior de las mujeres

Empieza la función con un travelling aéreo de la ciudad de Nueva York, el dios Polansky maneja la cámara pero no es el hippie melenudo quién atraviesa las nubes y viaja en su interior sino el viejo Satanás que sobrevuela el skyline para tener mejor visión del espacio donde aterrizará para engendrar a su hijo que nacerá en el año de gracia de 1966 (jo!, como yo…), la futura madre ya ha sido elegida entre todas las mujeres del mundo y acaba de entrar en el edificio Dakota de Nueva York para buscar vivienda de la mano de su adorado esposo, un mediocre actor capaz de hacer cualquier cosa por alcanzar la gloria del show Business, mientras van apareciendo los títulos de crédito, en un rosa lolitesco de chicle masticado que trenza los nombres del excelente equipo actoral y técnico que participó en la plantación de la famosa semilla y suena la estupenda banda sonora compuesta por Christopher Komeda.
Tras asistir a la visita del apartamento por parte de la feliz parejita, impresionante la convicción del vendedor de pisos explicando con auténtica profesionalidad los pros y los contras de la adquisición, lo tomas o lo dejas el morbo siempre se toma, empieza a gestarse la trama de la película durante los nueve meses preceptivos, hábilmente reducidos a 136 minutos por parte del director, y van apareciendo en escena todos los personajes que completarán este genial parto “natural”, dando vida a un guión excepcional (basado en la novela de Ira Levin y engendrado por la retorcida mente de Polansky aplicando toda la minimalista sutileza que mostró en su etapa europea para sorprender al mundo con su debut en el cine americano); toda la fortaleza del nudo central que auguraba su imaginativo planteamiento deriva en un desenlace sumamente arriesgado, y por ello doblemente conseguido, en su parte final, que eleva esta película a los altares del cine de terror, la mejor de todos los tiempos para muchos yo afirmo que después de verla ayer por segunda vez ha subido muchos escalones en mi ranking particular posiblemente por lo bien que le sientan los años, el diablo Roman consigue algo memorable en este género como es el hacerte sentir miedo del que penetra en la espina dorsal desde lo que nos sugiere sin enseñar, para muestra un botón de genialidad: la única sangre que aparece en escena es la media jeringuilla que le extraen a Rosemary en la consulta de su doctor pediatra para unos rutinarios análisis de embarazo. Chapeau!

Sobre el extraordinario casting poco que añadir a lo que la posteridad se ha encargado de reflejar en los espejos de la memoria, Mia Farrow está sencillamente magistral además de guapísima tanto en su faceta angelical de sólida base cristiana como en su demacrado estado ojeroso de poseída por el lado oscuro de la maldad, John Cassavetes consigue sostener su interpretación gracias al abrazo del diablo en un papel que rechazó Robert Redford vete tú a saber porqué, lo de Ruth Gordon como vecina entrometida, desagradable a la vez que fascinante, como su marido, ya figura en los anales de la historia, sublime por ponerle un adjetivo a la composición del personaje de Minnie Castevet, y el resto de actores secundarios con especial mención para Ralph Bellamy que da vida y palabra al representante de la ciencia llamado Dr. Saperstein (como se graba ese nombre en el subconsciente). También me encanta el exquisito vestuario y peluquería de la época, atención al desfile de modelitos femeninos abanderado por el apoteósico corte de pelo de Rosemary cuando decide a media función irse a la pelu y pisar la calle en una de las escasas escenas rodadas en exteriores, hace tanto frío cuando traspasas la puerta de salida del vientre materno…